por María Josefina Arce
Colombia amaneció este fin de semana con un nuevo acuerdo de paz, fruto de intensas e ininterrumpidas jornadas de debates entre el gobierno y las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, que demostraron una vez más la voluntad política de ambas partes de poner fin a un conflicto armado de décadas que ha desangrado al país.
El camino no ha sido fácil. No ha estado exento de desacuerdos, incertidumbre y dudas de quienes opinaban que el proceso de paz entraba en una etapa de estancamiento, tras la victoria del No en el plebiscito del mes pasado sobre el acuerdo alcanzado en La Habana en agosto último.
Pero ambas partes escucharon a la mayoría de la población colombiana, que en espontáneas y multitudinarias movilizaciones, pidió que no se detuviera la marcha hacia la definitiva paz y reconciliación del país sudamericano
Ante la inesperada votación en el plebiscito, el presidente Juan Manuel Santos abrió un diálogo nacional con simpatizantes del No y otros sectores para una eventual modificación del histórico tratado, oficializado en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias el 26 de septiembre.
El nuevo acuerdo por tanto, es resultado de las opiniones recogidas en las últimas semanas y del trabajo serio y responsable del gobierno y la guerrilla para satisfacer las inquietudes y sugerencias de la sociedad colombiana al texto anterior.
El documento alcanzado es, en opinión de las dos partes, superior en cuanto resuelve muchas críticas e insatisfacciones. Entre otros aspectos, reconoce que el conflicto ha impactado con especial fuerza en la mujer, por lo que se requieren acciones distintas y específicas para restablecer sus derechos.
Establece que durante el término de la dejación de las armas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia presentarán un inventario de bienes y activos para destinarlos a la reparación material de las víctimas.
Asimismo, se precisa de manera concreta las características y mecanismos de la restricción efectiva de la libertad para todos los responsables de crímenes durante la guerra interna, que dejó más de 220 000 muertos.
El acuerdo mantiene su compromiso con el campo a través de una política de recuperación de la familia campesina, que impulse el acceso equitativo a la tierra y que cree condiciones de vida digna.
Cuba, reconocida a nivel internacional por su vocación a favor de la paz y la solidaridad, fue una vez más escenario del diálogo que permitió un nuevo documento, en el que los ajustes y precisiones realizadas no sacrifican las convicciones que dieron vida al primer acuerdo, afirmó Humberto de la Calle, jefe de la delegación gubernamental.
Por su parte, el comandante Iván Márquez, jefe de la representación insurgente, afirmó que el nuevo acuerdo, que llamó Acuerdo de la esperanza, es un poderoso instrumento para la democratización del país y para la materialización de los derechos de la gente.
Años de encuentros, de limar diferencias y llegar a un consenso en espinosos temas, bajo la buena voluntad de los países garantes, posibilitó que Colombia comience a transitar por el camino de la paz y que a partir de ahora se abra una nueva página de su historia.