Cuba: La carga de Palo Seco

Editado por Martha Ríos
2017-12-01 15:50:36

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Máximo Gómez Báez (1836-1905). Foto: Archivo

Por Rafael de la Morena*

El Mayor General Máximo Gómez Báez, al mando de la División de El Camaguëy, era, a finales de 1873, el oficial más capaz del Ejército Libertador de Cuba y, operando al este de su zona, el 2 de diciembre llevó a cabo uno de sus célebres golpes de mano: La carga de Palo Seco.

Todo comenzó cuando unos exploradores se toparon con una patrulla enemiga que “forrajeaba” cerca de los cubanos sin sospechar la presencia de estos, la escaramuza favoreció a los patriotas que llevaron varios prisioneros ante Gómez, uno de ellos reveló una importante comunicación.

Resultó que por una delación, el “Batallón de Valmaseda”, con unos 640 hombres, había salido de Guáimaro para Las Tunas con la intención de apoderarse de un depósito secreto de pertrechos de guerra que el Mayor General Vicente García había instalado con el botín obtenido en el asalto al Fuerte de La Zanja. Este informe fue confirmado por una confidente llamada “la señorita Ramos”.

De inmediato el General movilizó a las tropas, y montado en su caballo exclamó: “Soldados, una columna enemiga ha salido a tomar un depósito de parque que guarda el General Vicente García y nuestro honor está comprometido, si a toda costa no evitamos esa desgracia”. Convocó al capitán Mederos, práctico de los cubanos y le ordenó seguir el rastro de la columna española.

También llamó al jefe de la vanguardia, teniente coronel Baldomero Rodríguez, le dijo que se guiara por Mederos, quien los llevaría hasta el enemigo y que: “así que lo divise, sea cual sea la posición que ocupe, cargue usted que yo lo apoyaré en el acto”. Entonces miró al corneta, y el clarín llamó a avanzar.

Emprendida la marcha, el orden presentaba al escuadrón de Baldomero Rodríguez con 40 cabalgadores en la extrema vanguardia, bastante alejado del centro, encabezado por Gómez con sus ayudantes y otros 250 jinetes; y seguido por la infantería, esta última integrada por 200 mambises, y custodiada por la caballería de Caonao, al mando del capitán Manuel Suárez.

A las cinco de la tarde, a la vista de la sabana de Palo Seco, los ocho hombres de la descubierta tomaron contacto con la columna enemiga que venía de regreso sin haber cumplido su misión, abrieron fuego al batallón hispano y huyeron. Atraída la vanguardia enemiga por aquel ardid, se lanzó en persecución de los fugitivos y, cuando divisaron a los dragones mambises, era tarde para contener su ímpetu. Entonces Baldomero cargó a fondo a la cabeza de sus cuarenta centauros.

El choque en mitad de la llanura fue terrible: ambos bandos estaban integrados por guerreros fogueados y se acometieron con ferocidad, pero la embestida mambisa fue indetenible. Sus jinetes eran superiores a los castellanos, que fueron cediendo terreno, sufrieron decenas de bajas y dieron síntomas de dispersión. Al verse perdidos, pidieron ayuda a los superiores.

Para apoyar a los húsares de su vanguardia, el jefe del “Batallón de Valmaseda”, coronel Vilches, envió el resto de su caballería y desplegó la infantería para fusilar a la pequeña fuerza cubana. Pensaba que con la superioridad en hombres y la potencia de fuego podría hacer retroceder a los insurrectos, pero estos esquivaron las descargas cerradas con su movilidad.

Entonces a lo lejos se divisó el grueso de la tropa libertadora. Era el momento de Gómez, el dominicano, quien, con voz imperativa, lanzó el grito de ¡al machete!, levantó el brazo con su arma de ancha y curva hoja y guarda plateada, señaló adelante y partió como un rayo seguido de sus bravos al sonido del clarín que llamaba a degüello. El enemigo había caído en el lazo.

A pleno aire de carga llegaron hasta los sorprendidos enemigos que no pensaban encontrar una fuerza cubana de tales dimensiones; los pelotones de jinetes mambises, descargaban sus fusiles a una sobre la formación española, que retrocedió y describiendo un arco de círculo, para una vuelta rápida y arriesgada en medio de la balacera.

La misma evolución fue repetida y en la concentrada compañía hispana se fueron haciendo espacios; su línea defensiva se debilitaba y la caballería cubana, que había diezmado a la de su rival, atacó cual avalancha al cuerpo de infantería. El empuje de oficiales como los Mola, los Sanguily y Roalos desorganizan, y se empieza a consumar su exterminio a machetazos.

El llano de Palo Seco se convirtió en el escenario bélico donde un ejército aniquilaba al enemigo que no quería ceder el campo; los españoles retrocedían poco a poco, intentaban resistir mezclando los restos de su despavorida caballería con los desordenados infantes, pero nada pudo detener a los enardecidos mambises guiados por jefes como José González Guerra y Francisco Aguirre.

Los jinetes cubanos, inspirados por el incansable Gómez, que daba mandobles a diestra y siniestra, arrollaron a los supervivientes y anularon la oposición de la destruida legión española. Esta fue acuchillada por los machetes, que segaban las vidas de aquellos que intentaran combatir en medio de la confusión en que se había sumido su hasta hace poco poderosa columna.

El galopar de los caballos cubanos que corrían a rienda suelta, dominaba la planicie de Palo Seco, llegaban a los confines del área donde se había producido el combate y encontraban en una vieja trinchera a varias decenas de enemigos dispuestos a vender caras sus vidas. El Brigadier Rafael Rodríguez, Jefe del Estado Mayor de Gómez, preparó a sus jinetes para darles una carga final, pero antes les exigió la rendición.

Los españoles que conocían de la hidalguía cubana aprovecharon la oportunidad y, tras breve conferencia entre los refugiados, uno de ellos dijo: nos rendimos si se nos concede la vida. Rodríguez le concedió el pedido y entonces, a pesar de la reticencia del Comandante Martitegui, segundo jefe del desaparecido “Batallón de Valmaseda”, entregaron las armas y se sometieron a la voluntad de sus vencedores.

Terminada la contienda, el teniente coronel Aguirre con los exploradores y varios infantes recorrió el llano para recoger los pertrechos aprovechables y contar las bajas españolas, que ascendieron a 507 muertos, entre ellos 26 oficiales, incluido el propio jefe de la columna, coronel Vilches, y 53 prisioneros; pocos lograron huir para llevar la noticia del exterminio del “Batallón de Valmaseda”.

Por la parte cubana solo hubo tres muertos y 17 heridos, entre ellos el coronel Gregorio Benítez, gravemente herido de bala y la irremediable pérdida del escolta de Gómez, Juan Rodríguez. Es de destacar la actividad desplegada por el médico cubano, Doctor Antonio Luaces, quien aparte de combatir, curó a los lesionados de ambos bandos.

El botín de guerra capturado consistió en 308 fusiles, 30 revólveres, 12 mil cartuchos, 57 caballos, 27 mulos, decenas de armas blancas, como espadas, machetes y dagas. Se ocupó el botiquín enemigo muy bien surtido de medicinas, así como ropas, dinero, el convoy de provisiones y el archivo del “Batallón de Valmaseda”, que contenía datos sobre las actividades y los planes españoles.

En el campo de Palo Seco, además del triunfo sobre una experimetada formación española, se hizo justicia, porque dicha unidad tenía una triste fama entre los cubanos por sus abominables crímenes sobre los civiles, práctica represiva usual de su fundador, Blas Villate, conde de Valmaseda.

La carga de Palo Seco constituyó otra hazaña del Mayor General Máximo Gómez y demostró la capacidad combativa de los cubanos y la cooperación existente entre sus diferentes divisiones, para hacer esta victoria posible. Solo la unidad de los patriotas alrededor del pabellón de la estrella solitaria podría mantenerlos en el sendero de la redención nacional.

* Colaborador de Prensa Latina.

(Tomado de PL)

 



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