Por Guadalupe Yaujar Díaz
A mediados del siglo XIX existieron en Cuba varios científicos famosos oriundos de China, quienes practicaron la ciencia médica con gran pericia y acierto.
Uno de ellos, Cham Bom-Bia, ejerció en San Cristóbal de La Habana, al igual que en las ciudades de Matanzas y de Cárdenas; otro, lo hizo en la ciudad de Camagüey, y es conocida también la existencia de un tercer galeno asiático en la oriental ciudad de Santiago de Cuba.
Cada uno de ellos permanece en la memoria histórica o popular por sus excelentes méritos, lo cual ha dado lugar a la milenaria frase: “A ese…¡No lo cura ni el médico chino…!” o “Eso no lo arregla ni el médico chino”.
De esa forma el habla popular dictaminaba –y continúa dictaminando--, la gravedad extrema e irreversible de un enfermo cercano a la muerte y sin remedio, o la certificación de un problema insoluble.
Cuando concebí la idea de tratar el tema, motivada por la socorrida frase de nuestro refranero y hurgando en la literatura disponible, encontré diversas opiniones de investigadores a la hora de dar mayor relevancia o credibilidad a la existencia real de esos galenos asiáticos, entre ellos, Cham Bom-Biá; Juan de Dios Siam Zaldívar; el ilustre señor Kan Shi Kon y el venerable don Damián Morales.
Finalmente me incliné por la figura de Cham Bom-Biá, sin lugar a dudas, el más conocido entre los botánicos radicados en Cuba y quien es considerado aquí precursor de la medicina tradicional china.
Uno de los biógrafos de ese milagrero, Herminio Portell-Vilá, refiere que Cham Bom-Biá llegó a La Habana en 1858, estableciendo poco después aquí su consulta, que era visitada por pacientes de todas las clases sociales. No obstante la ausencia de títulos académicos es posible que haya venido a la Isla con el propósito de ayudar a sus coterráneos chinos quienes, desde la década de 1840, fueron traídos a Cuba en calidad de esclavos”.
Según Portell-Vilá, su nombre real era Chang Pon Piang (cuyo significado en castellano es Sol Amarillo), lo cual asoció al apellido cristiano Juan, hasta comenzar a ser llamado Juan Cham Bom-Biá.
Escrituras de cronistas de la época afirman que “era un hombre de elevada estatura, ojillos vivos, penetrantes y oblicuos; de luengos bigotes a la usanza tártara, larga perilla rala pendiente del mentón. A la vez solemnes y amplios ademanes subrayaban su lenguaje figurado y ampuloso.
Asimismo, acostumbraba vestir a la usanza occidental, pues en aquella época no se concebía a un médico sin su indumentaria de chistera y chaqué, lo cual justificaba su atuendo –llevado con cómica seriedad--, de una holgada levita de dril.
Cronistas de la época también le atribuyen un habla fluida del español y el inglés.
En posesión de amplios conocimientos de las floras cubana y china deviene sabio herbolario, erudición que mezclaba con los adelantos de la medicina occidental con el objetivo de elaborar sus propios medicamentos.
Acusado de ejercicio ilegal de la medicina en La Habana, decide abandonar esta capital y recorrer otras ciudades de la Isla, como fueron las occidentales Matanzas y Cárdenas.
En la urbe matancera establece su consultorio en las calles de Las Mercedes (Mercaderes) esquina a San Diego, en el barrio perteneciente a Pueblo Nuevo. Luego se traslada a Cárdenas, más conocida como la "Ciudad de las Primicias", enclave de un gran núcleo poblacional chino en aquel entonces.
Allí Cham Bom-Bia logra atesorar una rica historia médica en su casa-consulta-botiquín ubicada en la Sexta Avenida casi esquina a la calle doce.
Es en Cárdenas donde llega a realizar maravillosas curas a enfermos desahuciados por afamados médicos de esa ciudad y de La Habana. A muchos de ellos –ya clientes--, llega a devolverles la salud. Realiza curas a casos difíciles de disentería, asma, agotamiento y fiebre. Es por todo ello que, con el transcurrir del tiempo, se acuña como sentencia lapidaria la frase que da nombre a este trabajo, en especial, para los pacientes desahuciados por la ciencia médica.
Igualmente y durante el ejercicio de su carrera científico-curanderil, Cham Bom-Bia actuaba con absoluto desprendimiento económico. Así, acostumbraba a cobrar honorarios a los ricos mientras que a los pobres les afirmaba: “Si tiene linelo paga pa'mí. Si no tiene, no paga; yo siemple da la medicina pa'gente poble”.
Algo que refleja el carácter humano, altruista, solidario y el desinterés monetario de este médico con las personas menesterosas, si tenemos en cuenta que el ejercicio de la medicina gratuita era inusual en esa época.
A sus enfermos les proporcionaba los medicamentos necesarios; unas veces de su botiquín particular y otras, mediante recetas que eran despachadas en la farmacia china de Avenida Tercera número 211, en la ciudad de Cárdenas.
Una mañana de 1872 vecinos del lugar hallaron sin vida a Cham Bom-Bia, tendido sobre su camastro, en la modesta casa donde siempre habitó solo y sin familia conocida en la ciudad. Nunca ha podido esclarecerse la causa de su muerte, algo que continúa siendo un misterio para muchos cronistas. Unos, la atribuyen a un suicidio con algunos de los alcaloides desconocidos que guardaba; otros, a algún veneno administrado por cualquiera de sus colegas envidiosos de su fama, mientras que otros la atribuyen a “las faldas de una mulata".
Por otra parte, la desaparición del cementerio chino de la ciudad de Cárdenas y de los documentos correspondientes a él impide establecer con exactitud la fecha de su fallecimiento, al igual que otras informaciones relacionadas con la vida de esa singular figura médica.
Actualmente, el local que constituyó la última morada en vida de aquel médico chino se halla ubicado en las calles Vives entre Coronel Verdugo e Industria, junto al antiguo Cuartel de Bomberos de la ciudad.
De Juan Cham Bom-Biá prevalece su reputación reconocida ya devenida leyenda popular.
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