Autor: Pedro Antonio García
Como toda Cuba, el pueblo pinareño supo del levantamiento del 13 de marzo por la alocución radial de José Antonio Echeverría. Luego vinieron las infaustas noticias: la caída en combate del Presidente de la FEU, al regresar de la Operación Radio Reloj, en una calle aledaña a la Universidad, y la de un joven muy querido en Vueltabajo, Ormani Arenado, en el asalto al Palacio Presidencial.
No es de extrañar que los estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río se proclamaran en huelga en solidaridad con los universitarios. Ante los consternados profesores, la mayoría reaccionarios o batistianos, Sergio Saíz Montes de Oca leyó, en nombre del alumnado, un alegato de su autoría titulado ¿Por qué no vamos a clases?
En él se expresaba: “Ser estudiante no es repetir en un examen materias, la mayor parte de las veces aprendidas de memoria: ni asistir todos los días a clases y hacer de vez en cuando una trastada […] es algo más que eso, es llevar en la frente joven las preocupaciones del presente y el futuro de su país, sentirse vejado cuando se veja al más humilde de los campesinos o se apalea a un ciudadano. Es sentir muy dentro un latir de patria, es cargar bien pronto con las responsabilidades de un futuro más justo y digno”.
Ya en aquella fecha Sergio militaba junto con su hermano mayor Luis en el Movimiento 26 de Julio. Entre ambos había una plena identificación, se complementaban y se admiraban mutuamente. Conocedores de que arriesgaban la vida diariamente, habían escrito su testamento político, intitulado
¿Por qué luchamos?, que aunque suscrito solo por el primogénito, testimonios de quienes le conocieron afirman que Sergio intervino en su redacción.
“Consideramos que son motivos incontables los que nos señalan como único medio de vida la vía revolucionaria”, aseveraban en el documento, en el que luego añadían: “No tenemos más que nuestras vidas, avaladas con la honradez de un pensamiento justo y una obra inmensa que realizar y como ofrenda de amor y desprendimiento las hemos depositado en los brazos de la Revolución Cubana —justa, grande renovadora, socialista—, sin más esperanzas que ver cumplidos nuestros sueños”.
Luis y Sergio no eran teóricos de la Revolución. El mayor participó activamente en la lucha de calle organizada por el Directorio Revolucionario, organización de la que fue fundador, en la vía pública capitalina, hasta que cerró la casa de altos estudios y tuvo que regresar a San Juan y Martínez, la ciudad donde vivía su familia. Sergio encabezaba las manifestaciones del Instituto pinareño y pronto fue fichado por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) batistiano como “el muchacho del jacket verde”.
A los aparatos represivos llegó la información de que “los hijos del juez”, como también llamaban a Luis y Sergio por la profesión que desempeñaba su padre, habían reestructurado el M-26-7 en su municipio. Por el carisma de ambos, su ascendencia entre la juventud e incluso en generaciones de más edad, los dos se habían convertido en personas muy peligrosas para la tiranía batistiana. Y la orden de asesinato fue impartida.
En un auto de alquiler que normalmente hacía el trayecto entre la capital provincial y San Juan y Martínez vinieron dos sujetos, en los que se delataban la marcialidad de militares, además de las botas y el arma que portaban debajo de la camisa. “Ahí viven los hijos del juez”, dijo uno de ellos al pasar por la casa de los jóvenes.
A Esther, la madre de Luis y Sergio, le avisaron inmediatamente de esta presencia. “Los muchachos no hicieron caso”, testimoniaría la madre años después. “Me dijeron: no temas, algún día te vas a sentir orgullosa de nosotros”. Y el 13 de agosto de 1957 se dirigieron al cine Marta. El aparato represivo de la tiranía se había preparado para reprimir cualquier festejo del cumpleaños 31 de Fidel.
Luis se quedó charlando con unas muchachas, cerca del cine, mientras Sergio fue a comprar las entradas. Uno de los sicarios avanzó hacia él y abusando de su superioridad física, empujó al joven estudiante y trató de pegarle. El hermano mayor, al advertir lo que pasaba, se acercó al esbirro, conminándolo a cesar la golpiza.
El matón sacó su arma y comenzó a disparar. Primero cayó Luis, que iba a cumplir el 4 de noviembre siguiente los 19 años. Luego, Sergio, a quien habían agasajado el 8 de enero último por sus 17.
tomado de Granma