Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Ciudad tropical, coqueta y bulliciosa, La Habana es una mujer que muestra sus añejas calles y callejuelas, sobadas por el tránsito abrumador de millones de ruidos. Una mujer que no se inmuta pero vive el eterno desafío del transporte público.
La urbe de hoy está asentada, más allá de todos los reconocimientos otorgados por su incalculable Patrimonio y preservación, sobre los avances tecnológicos de transportación y el progreso que durante años le dan y le quitan luces.
Así la vemos cientos de miles de habaneros, nativos o importados de provincias, y es que se trata de más de dos millones de habitantes convivientes de un día a día lleno de retos.
La mayoría de los habaneros se mueven a bordo de un ómnibus, apretaditos, en un taxi rutero o el clásico botero particular, en bici taxi o coco taxi, moto para dos personas, para llegar a tiempo al trabajo, las escuelas, o simplemente de tiendas, no importa la opción si está a tenor con el bolsillo de cada cual.
El hecho real es que la demanda de viajes diarios en el transporte público solamente cubre 80 %, aunque la capital en los últimos cinco años ha recibido el impulso de unos 90 nuevos ómnibus anuales, pero aún insuficientes para el gran movimiento de personas.
El gobierno regula precios y los conductores privados, demandan que rija la oferta y la demanda por lo cual buscan resquicios de amparo legal para sus intereses, pero el principal perjudicado continúa siendo el caminte, cuyo interés es contar con un transporte estable acorde con los ingresos que recibe.
Por estos días las paradas de ómnibus exhiben mayor aglomeración de personas, entre otros razones por la baja presencia de “almendrones” que nos socorran en las calles durante los calurosos julio y agosto.
Se requiere sentar las bases, todavía no alcanzadas, del desarrollo sostenible a largo plazo y la cobertura total al trasiego para satisfacer, además, las necesidades del turismo internacional que la visita; cerca 40% del que ingresa al país.
Mientras, aquellas preferidas calles (otrora de subida y bajada) para peatones y vehículos (O´Reilly, Obispo, Neptuno, y San Rafael) guardan silencio de su pasado sobre una circulación que hizo temblar el pavimento, pero reclaman atención como otras tantas ante el paso del tiempo y el deterioro.
No importa si hablamos de la Habana Vieja o Nueva, la ciudad está marcada por la prisa de pregones de vendedores de las mil y una noches; los carretones de ruedas o tirados por bestias que dieron vida posterior a tranvías, bicicletas, triciclos y automóviles lentos o más veloces, todo un sortilegio de disímiles modelos importados de varias latitudes.
Simplemente en La Habana sus gentes no escapan a la crisis sostenida hace décadas del servicio de transportación y la solución sigue pasando en eterno desafío por la paciencia, los planes y el peligro de la espera.