Por: Mayra Pardillo Gómez
Una de las leyendas más conocidas en Trinidad, ciudad fundada en 1514 por los conquistadores españoles, es sin dudas la que narra la historia de dos hermanos y sus rivalidades quienes transformaron estas en al menos una obra simbólica para la ciudad y toda Cuba: la torre de Manaca-Iznaga.
La leyenda sobre la torre y el pozo de agua de los hermanos Iznaga, situados en Manaca-Iznaga, en el Valle de los Ingenios de Trinidad, es un punto de partida para echar a volar la imaginación y despertar el interés no solo de nacionales sino también del turismo extranjero que visita la villa.
Cuenta la leyenda que dos de los hermanos Iznaga tenían disputas y, en un intento por zanjarlas, uno se propuso alcanzar la mayor altura, lo que posteriormente devino en la torre y el otro la mayor profundidad: el pozo.
Cierta o imaginada, lo real es que ambas obras perduran en la actualidad muy cerca de la añeja casa de vivienda del ingenio, convertida en un centro turístico de reconocido prestigio y obligada visita.
Las dos obras dan muestra de la prepotencia y el orgullo de esta familia esclavista.
Trinidad, ciudad declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988, está asentada en un pequeño valle intramontano del centro sur de la Isla, limitada por la Cordillera del Escambray (Guamuhaya) y el mar Caribe.
OSTENTOSO CABALLERO
De acuerdo con lo expresado por Manuel Lagunilla Martínez en Trinidad de Cuba: mitos, leyendas y tradiciones, John William Baker Smith, nacido en Filadelfia, Estados Unidos, en 1775 heredó de su padre las habilidades de comerciante marítimo.
En 1813 naufragó frente a las costas de Trinidad y enamorado de las bellezas de la zona decidió volver con otro cargamento, quedándose para siempre en la villa.
Su fortuna creció apoyada en la trata de esclavos y pronto se convirtió en uno de los más adinerados hombres de la Isla.
Se acogió a la ciudadanía española, convirtiéndose desde entonces en Juan Guillermo Bécquer Smith.
Construyó el más bello palacio de la época, del que solo quedan en pie una enorme verja y una gran ventana de hierro, en la calle Real del Jigüe, número 60.
El palacio contaba con dos plantas, cuatro ventanales en cada piso, la puerta de la calle era una obra maestra de ebanistería y las interiores tenían dibujos con incrustaciones de oro y marfil.
Era considerada una de las viviendas más lujosas del país en aquella época.
Un día Bécquer Smith supo que otro potentado trinitario (Don Pedro Iznaga Borrell) decía que él no tenía suficiente dinero para terminar su palacio y el empleo de materiales tan baratos impedirían hacer perdurar el inmueble, como realmente ocurrió.
Bécquer Smith se propuso demostrar que tenía solvencia económica y por ello ordenó levantar el piso, sustituyendo el mármol por monedas de oro y plata, colocadas por ambas caras.
Pero su proyecto no agradó a un grupo de vecinos, quienes acudieron ante el Teniente Gobernador para hacerle saber que serían pisoteados el rostro del Rey y el Escudo de España. El Gobernador dispuso que de inmediato el pudiente señor retirase las monedas colocadas y, aunque luego, Bécquer Smith intentó ponerlas de canto tampoco se lo permitieron.
TERRORÍFICA CUEVA
Una niña trinitaria, Carmen Álvarez, fue raptada de su hogar el 15 de julio de 1879.
Tres días después, Tomasa Álvarez, hermana de la desaparecida, declaró que un conocido de la familia, Carlos Ayala, había visitado la casa en varias ocasiones.
Era Carlos Ayala y Agama, pardo libre, 27 años y excombatiente en el bando español de la recién finalizada Guerra de los Diez Años, carpintero de oficio y exmiembro del Cuerpo de Bomberos de Trinidad.
El mismo día 18 en horas de la tarde, ya detenido, el pueblo y las autoridades entraron en la cueva conocida entonces como San Patricio, al norte de la localidad, próxima a la colina que en la actualidad ocupa el motel Las Cuevas.
Entre los objetos encontrados se hallaba un camastro manchado de sangre y cerca de la cama, a medio enterrar, el cadáver mutilado y casi descompuesto de la niña con un trozo de cuerda ajustado al cuello.
El 29 de octubre de 1879 se celebró la primera vista pública del juicio, que se postergó durante meses; el detenido se declaró inocente y simuló estar loco, así como ser ñáñigo, e incluso santo, para al fin ser condenado a morir en el garrote vil.
Al arribar 1882 Ayala continuaba en la cárcel municipal, hasta que en la mañana del 16 de febrero se cumplió el veredicto en la tristemente célebre Mano del Negro.
CADÁVER ESTRENA PALACIO
Una tarde invernal de 1827, Don José Mariano Borrell y Padrón estaba en el balcón de su mansión, a un costado de la Iglesia Mayor, cuando decidió erigir el más bello palacio de la ciudad a unas dos cuadras, en la esquina de la callejuela de Peña.
A inicios de 1830 ya estaba construida la hermosa edificación, cuyo mobiliario era de maderas preciosas, lámparas de bronce, ánforas de cristal de Murano y Bacarat, figuras de biscuit y porcelanas de Sÿvres, entre otros objetos de inmenso valor.
Reinaba el entusiasmo para la inauguración, pero de pronto el cielo presagió una tormenta y comenzó a llover.
A esa misma hora pasaba por el frente del palacio un cortejo fúnebre, llevando el cadáver de una bella joven mulata, que había fallecido de una repentina enfermedad. El entierro no podía continuar y los acompañantes de la difunta se guarecieron en el palacete, colocando el féretro en medio de la sala en espera de que amainara la tempestad.
Al enterarse Don José Mariano, consideró lo ocurrido de mal augurio y ordenó el cierre de la mansión, la cual puso en venta.
'ÂíYo no vivo en una casa que ha estrenado un muerto!', dijo.
Era el 10 de enero de 1830; un mes después, el 14 de febrero, se iba de este mundo Don José Mariano Borrell y Padrón.
En tanto, el palacio permaneció cerrado hasta fines de 1841, en que su heredero, el Marqués de Guáimaro, lo vendió a su prima hermana, María del Monserrate Fernández de Lara y Borrell.
IMAGEN PREFIERE TRINIDAD
Afirman que el Cristo de la Veracruz iba en un barco que tres veces fue sorprendido por huracanes y tormentas y la última vez quedó en depósito en el Resguardo dentro de una caja, a disposición de los Franciscanos de Veracruz.
Al transcurrir el tiempo, sin ser reclamados los bultos dejados en Resguardo, fue anunciada la licitación, entre ellos la misteriosa caja en la que apareció la imagen, por lo que los creyentes de la época repetían que 'el Señor no quiere irse de Trinidad'.
La hermosa imagen era de tamaño natural y de incalculable valor artístico.
Esta efigie fue adquirida por Don Nicolás de Pablo Vélez, acaudalado vecino de Trinidad, por 800 escudos de plata, luego llevada hasta su residencia y bendecida por el párroco Don Lucas Ponciano Escacena.
El Cristo de la Veracruz recorrió por primera vez las calles de Trinidad, la tercera de las siete primeras villas fundadas en la isla caribeña por los españoles, en la procesión del Jueves Santo del 16 de marzo de 1716.
Al quedar destruida la iglesia en 1814 a causa de un incendio, la imagen fue trasladada al Convento de San Francisco de Asís, y retornando en 1892 al Templo de la Santísima Trinidad, donde se halla en un altar.