Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Los pomos de medicamentos, artículos de perfumería y enseres y una gran variedad de objetos, con diferentes fines, constituían las ofertas de las farmacias entre las que destacan las de La Habana colonial.
Estos centros, también, servían de sitio de reunión a las personas alrededor de sus mostradores para hablar sobre política o cualquier tema de la cotidianidad.
La farmacia empezaba su transformación siendo aún conocida como botica. Los medicamentos eran preparados por los boticarios, los cuales se entrenaban para saber mezclar dosis y arribar a fórmulas, a partir de un personal de calificación profesional, pericia y arte.
Para los farmacéuticos de entonces esos productos tenían en sus estantes la misma jerarquía, de ahí quizás provenga el criollo refrán: “Aquí hay de todo como en botica”.
Habilitadas por sus propietarios las majestuosas farmacias habaneras del siglo 19, que podemos apreciar en cualquier recorrido por el Centro Histórico de la Ciudad, exhiben ostentosos mostradores de mármoles importados y vidrieras construidas con las mejores maderas nacionales.
Y qué comentar de los maravillosos frascos traídos de Europa para preparados y medicamentos, toda una decoración que hacía galas de elegancia y glamour representativa del estatus económico del dueño.
Tal era el caso de la droguería La Reunión propiedad de José Sarrá y Valldefulí —reconocida igualmente como botica Sarrá— , en la esquina de la calle Teniente Rey o. 41 y Compostela. Fue una de las farmacias más elegantes y prestigiosas de La Habana y a principios del siglo 20 se consideraba la segunda en importancia en el mundo y la primera en Cuba.
Por la belleza y la importancia histórica y documental, este sitio posee la condición de Patrimonio Mundial. Y como testigo importante de una época fundacional el emblemático sitio acoge hoy el Museo de la Farmacia Habanera.
La histórica Sarrá deviene, conjuntamente con las farmacias Johnson y Taquechel, un complejo de obras patrimoniales conservadas por la Oficina de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad.
Hoy Museo, Taquechel, ubicada en la calle Obispo No 155 entre San Ignacio y Mercaderes, fue reconocida por expandir principalmente medicamentos homeopáticos y naturalistas para fines terapéuticos. Atesora una extensa colección de frascos de porcelana francesa del siglo 19.
Mientras, las fórmulas magistrales y oficinales de los doctores Johnson, Lobé, Sarrá, Curquejo y Taquechel, quedaron registradas en libros habilitados para esos fines, en ellos se encontraban las recetas de los medicamentos más efectivos y se comercializaban en Cuba y tras fronteras.
En tanto, contrariamente a los enormes imperios farmacológicos, otras no tan opulentas, y algunas de dudosa profesionalidad coexistían en La Habana de entonces y sus alrededores. Se trataba de pequeños establecimientos, en recodos de calles y callejones, a los cuales acudían los negros esclavos y la población de escasos recursos para paliar sus enfermedades con remedios de los tres reinos.
Era una Habana de contrastes en la que no faltó un médico llegado de la remota China que recetaba y elaboraba sus propias medicinas, cuya fama fue tal, que devino leyenda popular que invoca: ni el médico chino lo cura.
Actualmente estas farmacias-museos expenden especias y plantas medicinales naturales de producción nacional avaladas por el sistema sanitario y farmacéutico cubanos, al tiempo que se divulgan las bondades y propiedades que poseen para la salud.
Son pocas las ciudades en el mundo que cuentan con tal riqueza como son las boticas patrimoniales de La Habana Vieja.