Francisco Vicente Aguilera y sus riquezas

بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2018-06-22 09:24:27

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Foto:ACN.

Por: Yasel Toledo Garnache

La Habana, 22 jun (RHC) Francisco Vicente Aguilera y Tamayo, nacido el 23 de junio de 1821 en Bayamo, fue sin dudas uno de los hombres más ricos del oriente de Cuba.

Todavía en este territorio algunos comentan sobre la posibilidad de que parte de su tesoro esté enterrado en el terreno donde se encontraba uno de sus ingenios azucareros.

De acuerdo con el historiador Aldo Daniel Naranjo, en aquella época hasta se aseguraba que había solicitado a los reyes de España permiso para conformar el piso de su casa de monedas de oro, lo cual era fruto de la imaginación popular.

Verdaderamente, tenía suficiente para hacer eso y mucho más. Solamente su padre, Antonio María Aguilera, tuvo tres ingenios con altas producciones de azúcar y aguardiente, 17 haciendas ganaderas con más de 12 mil cabezas de ganado vacuno, nueve grandes corrales de puercos y más de 300 caballerías de árboles maderables.

Todo eso aumentó al casarse con Juana Tamayo Infante, también proveniente de una familia con muchísimas propiedades y dinero.

Luego del fallecimiento del progenitor en 1834, aquel adolescente de 13 años de edad, quien soñaba con ser abogado, tuvo que abandonar los estudios, para cuidar e incrementar los bienes, acompañado de su madre, mujer bellísima y elegante, con piel blanca y ojos azules, quien jamás se volvió a casar y poseía un carácter muy fuerte, por el cual era llamada La Coronela.

Más tarde, Francisco, dueño también de tres panaderías, 20 casas de alquiler y una confitería, contrajo matrimonio con Ana de Quindelán, hija de un brigadier español, lo cual favoreció el incremento de la fortuna, que abarcaba propiedades en las actuales provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo.

Daniel Naranjo refiere con entusiasmo que su familia hasta realizó gestiones para conseguir el título de Conde, el cual podía ser comprado sin dificultad, pero el digno bayamés lo rechazó.

Junto a su madre, fallecida a principios de la década de 1860, y otros “pudientes”, impulsaron obras de beneficio social como puentes, una carretera entre Bayamo y Manzanillo, la creación de un teatro en 1849 e intentos para traer el ferrocarril hasta esa zona.

Definido por José Martí como “el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la República”, aquel hombre tremendo prefirió vivir la aventura hermosa, difícil y osada de hacer una revolución profundamente popular, y eso lo hace más grande, lo eleva hasta la infinidad.

Muchas veces coincidió con Carlos Manuel de Céspedes, considerado actualmente Padre de la Patria, quien apenas lo superaba en dos años de edad, y juntos convirtieron en realidad diversos proyectos para desarrollar el territorio.

Sus casas natales, en la actual Ciudad Monumento Nacional, están muy cerca y en el Centro Histórico Urbano de la Urbe, el cual incluye la primera plaza denominada de la Revolución en Cuba y el lugar donde se entonó el Himno.

Cuando pequeños, debieron coincidir en muchos espacios. Tal vez hasta jugaron juntos en algunos momentos, por la cercanía de sus hogares, las edades similares y pertenecer a una misma clase social, pero luego Céspedes, graduado de abogado, tuvo una formación intelectual y profesional más profunda por sus estudios en La Habana y España.

Uno de los mayores aportes de los dos fue organizar la gesta de 1868. Aguilera reconoció al otro patriota como jefe supremo del movimiento y se opuso a quienes pretendieron discutir su liderazgo.

Especialistas aseguran que la incorporación de Aguilera influyó en los alzamientos masivos posteriores, y con una frase frenó los ánimos de quienes llamaban a la desunión: “Acatemos a Céspedes si queremos que la Revolución no fracase”, expresó.

Después de comenzar la contienda, fue nombrado Mayor General, Secretario de la Guerra, General en Jefe del Ejército de Oriente, y vicepresidente de la República de Cuba en Armas.

En 1871, cuando ocupaba esa última responsabilidad, se trasladó a Estados Unidos con el encargo de unir a los emigrados y aumentar el envío de recursos, pero no lo consiguió, debido a la traición de algunos y la acción del gobierno norteamericano, empeñado en mantener a la ínsula bajo el yugo peninsular, mientras creaba condiciones para apoderarse de la nación.

Aguilera, quien tuvo más de 10 hijos, soportó chantajes y falsas promesas, persecuciones, hambre y enfermedades; sacrificó la fortuna, la familia y la vida por conquistar la libertad y un mejor país para todos, sus mejores enseñanzas.

El 22 de febrero de 1877, aquel señor extremadamente poderoso años antes, el hombre de la barba de mambí, murió en Nueva York, acompañado por la absoluta miseria material.

Durante sus últimos días ni siquiera podía hablar, víctima de un cáncer de laringe, pero seguramente sin arrepentimientos, porque su mayor riqueza fue el ideal independentista, la moral y la grandeza para dejar las comodidades y el oro e irse a la manigua en busca de la verdadera luz a favor de Cuba. (Fuente:ACN)



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