Nada asombra en Santiago de Cuba

بقلم: Maite González Martínez
2018-06-24 11:43:25

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En Santiago de Cuba, junto a sus decenas de monumentos, sobresale la nobleza de su gente (Foto: ACN).

Por: Narciso Amador Fernández Ramírez (Cubahora)

El presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez acaba de hacer su primera visita fuera de La Habana y su destino no fue otro que Santiago de Cuba, la Ciudad Heroína, declarada Monumento Nacional el 24 de junio de 1979, hará ahora 39 años.

Allí, el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, visitó el Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia y rindió tributo a cuatro grandes de nuestra Patria: Carlos Manuel de Céspedes, el padre de todos los cubanos; Mariana Grajales, la madre; José Martí, nuestro Héroe Nacional, y al Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz.

Antes, Díaz-Canel estuvo en el Consejo Popular El Cobre, lugar de veneración de los cubanos, al radicar en ese lugar el santuario de la virgen patrona, pero también sitio donde se realizó la primera rebelión esclava de nuestra historia; casualmente, de igual manera, un 24 de junio, pero del año 1701. El primer gran gesto libertario de la explotada raza negra africana y manifestación incipiente del bien llamado patriotismo criollo.

Un poeta español soñó con ir a Santiago cuando llegara la luna llena y en un coche de agua negra, el granadino Federico García Lorca. Mientras, otro gran cultor de la poesía, el cubano Manuel Navarro Luna, pidió no asombrarse de nada, pues era Santiago de Cuba. Un lugar donde las madres brillan y ¡hay muertos que no caben en las tumbas cerradas/ y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,/ para seguir guerreando en la batalla...!

Y es que Santiago de Cuba, una de las siete villas fundadas por Diego Velázquez, en un memorable día de 25 de julio de 1515, cautiva por la belleza natural y arquitectónica de su entorno y, sobre todo, por la hospitalidad y el calor de su gente. De las ciudades cubanas es la más caribeña de todas; al fundirse, como en ninguna otra parte de la Isla, la cultura española, africana, francesa, haitiana, china y caribeña.

En Santiago está la casa más antigua, la de Diego Velázquez, erguida en la calle Aguilera, frente al Parque Céspedes; y el Ayuntamiento municipal, desde cuyo balcón Fidel proclamara el 1ero. de enero de 1959, que ahora los mambises sí habían entrado a la ciudad, en alusión a aquella negativa absurda de los norteamericanos a que la tropa de Calixto García penetrara en la urbe santiaguera en 1898.

También allí está el Moncada, el sitio que salvó la memoria del Apóstol Martí en el año de su centenario, con aquellos gloriosos hechos del 26 de julio de 1953. Además, la Granjita Siboney, de donde salieron los asaltantes, con Fidel a la cabeza. Y en el entresijo de sus calles se ubica la casa natal de José María Heredia, el poeta de la Oda al Niágara; la de Antonio Maceo, el Titán de Bronce, y la Frank País García; las tres declaradas Monumento Nacional.

Tiene Santiago a su Morro, el de San Pedro de la Roca, no tan majestuoso, quizás, como el de los Tres Reyes, ubicado en La Habana, pero igual de importante. Una bella fortificación de los tiempos de España que protege la hermosa bahía de bolsa santiaguera. Sin que pueda dejar de mencionarse a su famosa calle Enramada, la arteria comercial de mayor vida, y la de Padre Pico, que con sus 54 empinados escalones le recuerda al visitante que estamos en el extremo oriental de la Isla, antesala de las majestuosas montañas de la Sierra Maestra.

Ni tampoco olvidar que en Santiago de Cuba nacieron el son y el bolero, este último de manos de autores como Pepe Sánchez; y que su conga es bien famosa, con su calle Trocha, la que se cierra en época de carnavales para que cante y baile la comparsa El Cocuyé.

Pero, sobre todo, junto a sus decenas de monumentos, sobresale la nobleza de su gente. El santiaguero es bullangero, tomador de ron, amigo y patriota. No por gusto es Santiago la cuna de la Revolución y del año 1868 hasta la fecha no se ha desarrollado un movimiento revolucionario en Cuba que no se haya gestado primero en sus calles y poblados aledaños.

Sin caer en redundancias del lenguaje, se puede resumir que Santiago es Santiago; la calurosa e indómita ciudad oriental que fue rebelde ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre.



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