Por: Ángela Oramas Camero
Por ser Marte el dios de la guerra en la mitología romana, se llamó así al campo de ejercicios militares en La Habana colonial del siglo XVIII y por muchos años fue, indistintamente, llamado Campo de Marte o Campo Militar.
Durante el trienio 1791-94, allí se construyó la primera plaza de toros, en el mismo sitio donde años después se alzó la segunda, en 1835, a cuyo sangriento espectáculo acudía un numeroso público como si se tratara del fatal encuentro de un gladiador con leones. Entre las edificaciones de las dos plazas, en 1800 hubo una carpa llamada El Circo donde debutó el famoso actor nacido en Cuba Francisco Covarrubias.
Del Campo Militar, en 9 de junio de 1856, partió sin regreso en su globo aerostático el portugués Matías Pérez, para dejar en la memoria y el choteo de los habaneros la conocida frase alusiva a quien esfuma de su entorno social: voló como…
Pasaron muchas aves por la bahía habanera hasta que el 24 de febrero de 1928, en ocasión de celebrarse la Sexta Conferencia Panamericana, a este espacio se le dio el nombre de Parque de la Fraternidad Americana, como se le conoce en la actualidad. Fue inaugurado con la plantación en su centro de una ceiba nutrida con la tierra de los entonces doce países del continente. Ampliaremos el tema al final de esta crónica.
Hubo un tiempo en que tal espacio se halló cubierto de mangles y anegado, por lo que resultaba casi imposible el paso a la primitiva villa de San Cristóbal. Las fincas de los hacendados no distaban apenas una legua del embarcadero, por lo que, poco a poco, fueron desapareciendo los mangles de negras y retorcidas uñas, al decir de Cirilo Villaverde, ante el crecimiento de frondosos árboles y caminos para los recién fundados barrios de la Salud, Guadalupe (hoy Monte) y Jesús María, frente a la que llamaron Plaza de Tacón, tras el palacio de Aldama (actual sede del Instituto de Historia).
Próximos también se hallaban un molino de viento y un establecimiento donde se reunían grupos de hombres a beber zambumbia, el único refresco que se despachaba, mientras en más de una oportunidad se podía jugar a los naipes o disfrutar a cielo abierto de un pasatiempo cómico. Pero volvamos a 1783, cuando fue visitado a caballo, el 10 de mayo, por el príncipe Guillermo, duque de Lancaster, con motivo de una gran parada militar realizada en su honor.
En 1877 tomó el mando de la Isla el marqués de la Torre, aficionado a la milicia, hoy diríamos a las artes militares. De ahí que, en los siete años que duró su gobierno, se ocupó de fortificar y ornamentar la capital cubana. Fue este el primer gobernador en convertir el Campo de Marte en Campo Militar y, con la escasa guarnición de antaño, promovió paradas militares, ejercicios y simulacros de batallas.
La más sonada de ellas, era la que se realizaba el Día de San Antonio sobre la Zanja Real, donde existían cuatro fuertes de maderas, cuyos mandos debían disputarse dos divisiones creadas al efecto. Una salía por la puerta de la Punta y la otra, por la de la Tierra. El combate originaba no pocos accidentes, pues algunos de los defensores, de uno u otro bando, caían en la Zanja. Asimismo, los primeros aeronautas, en 1828, que desde el Campo de Marte hicieron ascensión, fueron los esposos Robertson y Virginia.
Marte era un cuadrilátero que se extendía sin interrupción desde la Punta hasta el Arsenal, limitado al este por la estacada de los fosos de la ciudad; y al oeste por los barrios de Jesús María, Guadalupe y la Salud. Pero partiendo de la Factoría, que se hallaba cerca de la Plaza del Vapor, en dirección a la calzada de Galiano.
En lo sucesivo y especialmente durante los gobiernos respectivos de Las Casas, Santa Clara y Someruelos, el campo militar fue perdiendo terreno a partir de la expansión de los barrios que continuaron exhibiendo muchas casas de pajizas hasta 1835. Un bello y nuevo aspecto tomó el terreno cuando el Obispo Espada, hombre culto y de exquisito gusto, se ocupó de sacarlo del abandono en que había caído aquel célebre lugar.
Espada mandó a construir maleconcillos por la parte opuesta a la plaza de toros y caminos que sellaron zanjas con aguas negras, para que por ellos pudieran transitar las personas; además ordenó sembrar a ambos lados de las vías arbustos floridos y aromáticos e hizo prolongar una calzada que pasaba frente a su residencia hasta la estatua de Carlos III, en el remate del paseo que también era denominado con el nombre de este rey. En los descampados, fueron puestas farolas, de tramo en tramo, para que de noche ofrecieran alumbrado a los caminantes, pues no pocas veces este campo fue guarida de ladrones y asesinos.
El Campo de Marte terminó su comunicación directa con el Castillo de la Punta y puerta del mismo nombre cuando en una margen de la Zanja fue plantado el Jardín Botánico. Mientras, el único respiro de terreno que le quedaba por el ángulo Noroeste lo perdió hacia 1829, al ampliarse el barrio de San Lázaro.
Entretanto, la manzana Obispo se dividió en solares, cada uno cercado por el respectivo dueño, como sucedía en con las nuevas zonas que abarcaron las proximidades del Molino y la ceiba, en aquel tiempo. Tanta metamorfosis dejó al Campo de Marte encerrado dentro de los límites respetados hasta inicio del siglo XX y su nombre original ya casi no lo recuerda la nueva generación de cubanos que reconocen al área de la Plaza de la Fraternidad, hermoseada por arboledas y convertida en nudo de comunicaciones viales y de transporte urbano, en las inmediaciones del edificio del Capitolio y el Paseo del Prado.
A finales de la década de 1920 fue plantado el árbol de la fraternidad, la ceiba mencionada anteriormente, símbolo de amistad y amor entre los pueblos americanos. En la cancela que la protege hay una placa metálica con el siguiente pensamiento de José Martí: “Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes. Los pueblos no se unen sino con lazos de amistad, fraternidad y amor”.
Y en ese vasto campo de la actual Plaza de la Fraternidad se haya una de las más valiosas estatuas de la capital cubana, la Fuente de la India o de la Noble Habana, erigida en 1831 en fino mármol blanco por el escultor italiano Giuseppe Gaggini. Se trata de una donación del conde de Villanueva.
La Fuente de la India posee un rostro que nada tiene que ver con el de una india y fue el centro de los paseos elegantes de La Habana. Inicialmente la instalaron muy cerca del Campo de Marte, mirando hacia el oeste. Después fue trasladada; primero en 1863 al Parque Central; más tarde la ubicaron de nuevo próxima al Campo Militar y retornó a su sitio inaugural, indistintamente en 1841 y después en 1875. Aunque sigue actualmente en ese lugar, en 1928, cuando fueron abiertas las puertas del Capitolio, el frente de la imagen escultórica fue girada hacia el Paseo del Prado.
(Tomado de Cubaperiodistas)