El Santo Sepulcro de Camagüey

بقلم: Maite González Martínez
2019-01-26 10:51:04

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Por: Guadalupe Yaujar Díaz

Como tradición, la procesión del Santo Sepulcro en la cubana ciudad de Camagüey, cada Semana Santa desde el siglo XVIII, deviene espectáculo de impresionante belleza, majestuosidad que convoca, a creyentes o no, en el acompañamiento.

A su paso, hace recordar la legendaria leyenda de la “Ciudad de las Iglesias”, apelativo conferido y muy difundido en Cuba por la cantidad de los templos de religión católica que posee la añeja villa.

El Santo Sepulcro, obra del orfebre mexicano Don Juan Benítez, realizada por encargo de Don Manuel Agüero y Ortega, se fundió con 25 000 pesos en monedas de plata, rodeada de la leyenda que envuelve su origen.

La reliquia constituye la mayor joya de plata pura, única en Cuba y que se exhibe en el templo católico de Nuestra Señora de la Merced de la ciudad.

La pieza, a la que se le suma el maravilloso tintineo de sus innumerables campanillas, está considerada una de las más valiosas de la América colonial hispana, según los historiadores.

Del peculiar sonido de las campanillas, se cuenta que forman parte de esta obra; según las voces populares, esos accesorios tenían, originalmente, facultades curativas:

“El Sepulcro había sido dotado de unas campanillas de plata, para que, al ser llevado con un característico paso, lento y ondulante, acompañado por una banda de música con una marcha compuesta al efecto, produjera un delicado sonido. Para la mente popular, estas campanillas tenían un poder especial y podían hasta sanar enfermedades si tocaban al paciente, por lo que muchos se adueñaban de aquellas que a veces se desprendían de la pieza durante la ceremonia e inclusive hubo quien procuró arrancarlas para guardarlas como reliquias, por lo que, en fechas diversas, varias familias camagüeyanas hubieron de donar plata para forjar otras nuevas” (*)

Tradición y leyenda

Muchas son las historias que se cuentan alrededor del Santo Sepulcro, todas envueltas en la mística del empeño que acompañó al acaudalado hacendado Don Manuel Agüero y Ortega.

En su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey, el Dr. C. Roberto Méndez refiere detalles que suponen originaron la confección del Santo Sepulcro y otras piezas.

Ellos, resumidos en que el hijo mayor de Don Manuel, de igual nombre, creció junto al de una viuda a quien favorecía, aunque era de apellido Moya, hasta que una mujer profesó el amor en ambos, provocando celos mutuos.

Moya, con pocas posibilidades por el apellido y la fortuna, fue perdedor del lance sentimental; en un suceso que no ha sido aclarado -para unos un duelo; para otros una celada nocturna-, hirió de muerte a José Manuel, quien falleció sin revelar el nombre del asesino, el que luego, lleno de remordimientos, le confesó a su madre lo ocurrido; y esta, a su vez, al protector.

Don Manuel se había hecho sacerdote, se supone que en 1749; tiempo después del terrible suceso, destinó a la orden de La Merced la parte de la herencia del hijo asesinado para realizar en el convento un conjunto de obras de arte, entre estas el Santo Sepulcro, el que donó oficialmente a la iglesia el 9 de febrero de 1763, según consta en documento radicado en el Archivo Provincial de Historia de Camagüey.

Dicen que Don Manuel le dio dinero y un caballo para que se alejara de allí y nunca volviera. Solo quedó el Santo Sepulcro como vestigio de aquel pasaje amargo.

El padre decidió entregarse a la paz divina y encomendó su riqueza a perpetuar para siempre la leyenda.

(*) Roberto Méndez. En su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey (Editorial Ácana, 2003).



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