Por Martha Ríos
Aquel 25 de febrero, el del año 1853, en San Agustín de la Florida, EE.UU., el aire era muy húmedo.
Su cuarto estaba frío, y pobre de recursos. Solo el amor a Dios y a su patria mantenían vivo al presbítero cubano Félix Varela.
Tenía 64 años de edad, mas, enfermo como estaba, no resistiría el paso de las horas. Su último suspiro marcó ese día en la historia.
En La Habana, su ciudad natal, hacía casi un mes, el 28 de enero exactamente, había nacido José Julián Martí Pérez, devenido Apóstol de la independencia de Cuba, y nuestro Héroe Nacional.
Desde niño aquilató los valores del padre Varela. Admiró cada paso que dio. Los conoció por su maestro Rafael María de Mendive, discípulo de José de la Luz y Caballero, quien fuera alumno del religioso en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de la capital.
En ese centro al que debió parte de su formación, Varela enseñó con los métodos pedagógicos más adelantados, y mucho contribuyó al desarrollo del derecho constitucional y al fomento de la cultura cubana.
Por sus ideales abolicionistas e independentistas, y por las múltiples y valientes maneras como los defendió, Martí lo llamó Patriota Entero.
Cuentan que en la metrópoli española, al manifestar públicamente que todas las colonias debían ser libres, Varela fue sentenciado a muerte.
Para librarse de esa pena se refugió en los Estados Unidos. Allí no aceptó ser obispo de New York para no renunciar a la ciudadanía cubana.
En la nación norteña, en 1824 creó el periódico El Habanero, que circuló clandestinamente en Cuba por los principios que preconizaba.
Pero antes, mucho antes, en 1807 cuando apenas tenía 19 años de edad y ya era licenciado en Filosofía por la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, elaboró con plena madurez moral y cívica, el concepto de Patriotismo.
Señalaba que “el amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido, y al interés que toma en su prosperidad, le llamamos PATRIOTISMO”.
De un ser así, José Martí no solo sentía orgullo, sino que fue su continuador y deudor.
Al enterarse del deplorable estado de la tumba del presbítero en San Agustín de la Florida, el 6 de enero de 1892 publicó una crónica en el periódico Patria en la que lamentaba, incluso, que los restos de uno de los forjadores de la nación cubana descansaran en tierra extranjera.
Transcurrieron 58 años del deceso del padre Varela para que fueran trasladados a su amantísima Cuba y colocados en el Aula Magna de la Universidad de La Habana donde los venera la juventud en quien tanto pensó.