El Teatro Alhambra se fundó el 13 de septiembre del año 1980, esta ubicado en el cruce de las calles Consulado y Virtudes, en La Habana.
Según relata la investigadora, Gina Picart, era “un feucho caserón”, estaba diseñado en una sola planta y era para la época propiedad de José Ross, quien era un catalán que no había tenido hasta ese entonces mucha suerte con los negocios.
Inicialmente José Ross. se le ocurrió la idea de construir un gimnasio en aquel lugar.
Pero más tarde, el sitio se convirtió en un conocido salón de patinaje, hasta que finalmente se convirtió en un teatro.
En el Teatro Alhambra, para la época se representaron más de cinco mil piezas, todas costumbristas y de gran tradición popular.
“Ya hemos visto en esa mítica película La bella del Alambra, una cantidad de varones (en la que no faltaban unas pocas damas osadísimas que se disfrazaban hasta con bigotes) también aplaudían con arrebato a sus vedettes favoritas o silbaba con el mismo vigor (…); se reían con las picardías del negrito y también del gallego; vitoreaba fogosamente a la artista mulata”, rememora Picart.
Un solo escenario en Cuba mantendría la presentación sistemática de obras teatrales.
Desde 1900 y hasta 1935 se desarrollaría la temporada más célebre del Alhambra, considerada la temporada más extensa del teatro cubano.
Entre los visitantes más destacados del Alhambra, se puede mencionar a: Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán , Jacinto Benavente y Federico García Lorca, son solo alguno de los nombres de una gran lista.
Se mantenían personajes típicos durante sus presentaciones, como el negrito, con su lenguaje muy popular y refranero.
El gallego, era un personaje un poco más conservador y cauteloso;
La mulata, era una mujer muy deseada por su despampanante figura femenina;
El bobo, que buscaba refugiarse en la tontería para hacer diversas críticas y reflexiones muy fuertes;
Y el chino, que se la pasaba constantemente luchando por adaptarse al nuevo espacio que le correspondía.
Muchas veces los personajes que allí se representaban, se fundamentaban en individuos reales, exagerando su personalidad, por lo que los actores hacían reír al público.
Esta combinación entre el humor, el expresivo lenguaje coloquial, la música que acompaña y la danza complementando cada una de las tramas, hicieron que el Alhambra fuera un escenario aplaudido y reverenciado por el público cubano.
Además, la decisión de sus actores y directores de rechazar los modelos impuestos y los géneros cultos para apropiarse de sus elementos de manera original, le fue imprimiendo un sello distintivo a aquellos escenarios.