Por Danielle Laurencio Gómez
Ubicado en el canal de entrada de la bahía de Manatí, municipio del norte de la oriental provincia cubana de Las Tunas, está su puerto.
Los 18 kilómetros que lo separan de la cabecera municipal son transitados a diario por sus pobladores en un trencito o en el carata -coche locomotor pequeño que sirve como principal medio de transporte para muchas comunidades rurales en Cuba-, aunque también se accede a través de un terraplén.
A la izquierda y desde la ventanilla de ambos, se divisan el Plan Carbonera 'Los Pinos', y la entrada a la playa de igual nombre, en la que un Campismo Popular recibe cada año a cientos de visitantes, quienes buscan disfrutar de la naturaleza en un ambiente tranquilo que invita al descanso.
Sin embargo, en La Carbonera la tranquilidad se traduce en trabajo arduo, pues allí varias familias laboran en uno de los 11 rubros exportables de la provincia.
Con solo llegar, un bello panorama te recibe, las casas perfectamente alineadas permiten que desde la línea del tren se respire el olor a mar que caracteriza a ese pueblo, porque el Puerto de Manatí es tierra de pescadores, aunque su fundación obedeció a la exportación de azúcar.
Su rada, de bolsa, se distingue por tener 32 pies de calado natural, lo cual posibilita el arribo de buques de gran porte.
Ubicada en la margen oriental de su canal de entrada, con sus aguas azul turquesa, arenas blancas y finas, y la presencia de mangles que dan cobija a numerosos esteros, la playa Chapaleta constituye un sitio que permanece virgen, cuidado por los pobladores como un tesoro natural al que solo se accede mediante chalanas o chalupas.
De estas y otras cosas son eternamente guardianes los habitantes del puerto, conocidos por su nobleza y arraigo al terruño, aunque el auge económico que le dio origen ya no sea el mismo, pues, además de la tradición popular de sobrevivir gracias al mar, desde 1965 allí radica el Centro Pesquero Unidad Empresarial de Base 'Ángel Valerio Consuegra', donde existe una procesadora de peces de escamas y ostiones.
Tradiciones como la Fiesta del Mar, evento anual que celebra las más autóctonas costumbres portuarias y en el que la participación de sus moradores imprime un sello de identidad, resultan en reunión popular para degustar deliciosas creaciones culinarias, y en la que sobresalen los productos del mar.
Pero más que su vía férrea de más de un siglo, su viejo espigón curtido por el tiempo, su belleza natural y el aire con olor a salitre, hay una curiosidad del puerto de Manatí que llama la atención de quienes pasan por esos lares, y es que allí casi todos los habitantes tienen apodos desde los primeros años de vida. Ello constituye ya un patrimonio popular.
De animales, objetos, prendas textiles, sucesos cotidianos, alimentos y más, surgen los sobrenombres que identifican a hombres y mujeres de este pequeño territorio.
Entonces puedes encontrarte o dialogar con “Papi el caballo”, “Tati el Mulo”, “Bajonao”, “El Venao”, “Overol”, “Priquichín”, “Pata sucia”, “Mogollón”, “Mami la gorda”, “Boniato”, “Moquillo”, “Pistola” y “Serrucho”, por solo citar unos ejemplos.
Algunos, han trascendido en el tiempo y las descendencias, por eso se conoce la familia de “Los Picapiedras”, “Los Chivos”, “Los Grillos” y “Los Mulos”, además de “Poca Ropa, Poca Tela y Poco Hilo”, desde el abuelo hasta el nieto.
Otros hasta pueden sonar ilógicos, pues a un vendedor de escobas en el espigón le dicen “El Vago”, algo realmente chistoso cuando en realidad el señor a diario fabrica dichos instrumentos y sale él mismo a venderlos.
Cuentan que algunos seudónimos se afianzan tanto a la identidad de quienes los reciben, que llegan a perder su propio nombre, tal es el caso de “Pescao Frito”, “Mascón”,” Majá”, “Etiqueta”, “Veinte quilo” y “Pepe cincuenta”.
Incluso, el afán de otorgar apelativos a puntos de referencia, a pesar de ser una localidad tan diminuta, han hecho que surjan la gente de La Pesca, los de La Playita, El Barracón, La Reparación y El Campo de Pelota, algunos de los cuales se encuentran dentro de barrios como Corea y El Pueblo.
Lo cierto es que el puerto de Manatí tiene un encanto peculiar que es difícil de explicar; su “Playita” repleta de niños en los meses de verano, el Faro enclavado en la costa, su estirpe de gente trabajadora y desenfadada, porque son sus pobladores los que hacen que cada historia, cada nombrete, cada arribo del tren o el carata, se conviertan en un viaje de curiosas sorpresas. (Tomado de la ACN)