Por: Mariley García Quintana

La Habana, 10 oct (RHC) Vigilante desde una colina, entre el poblado de Casablanca y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, el Cristo habanero da la bienvenida a los navegantes que llegan a la ciudad surcando las aguas de su hermosa bahía.

La escultura, de unos 20 metros de altura en mármol de Carrara, que sobresale otros 79 sobre el nivel del mar por su pedestal y su localización en una zona elevada, funge de guardiana de la antigua urbe desde el 25 de diciembre de 1958, cuando la joven artista cubana Jilma Madera, después de haber permanecido dos años de intenso trabajo en Italia, vio emplazada su obra maestra.

Tras recibir la bendición del Papa Pío XII, comenzó la travesía y el barco que condujo las piezas, debidamente ordenadas y acomodadas, zarpó del puerto de Marina, en Carrara, a mediados de ese propio año.

En una ocasión, según cita una multimedia publicada en el diario Juventud Rebelde, la escultora declaró al referirse a su obra: “Seguí mis principios y traté de lograr una estatua llena de vigor y firmeza humana. Al rostro le imprimí serenidad y entereza como para dar alguien que tiene la certidumbre de sus ideas; no lo vi como un angelito entre nubes, sino con los pies firmes en la tierra".

A pesar de haber surgido debido a la desesperación de la primera dama de la República, luego del ataque contra su esposo, el dictador Fulgencio Batista, en el Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, el Cristo se convirtió en un símbolo de la Revolución Cubana, la cual triunfaría apenas unos días más tarde, el primero de Enero 1959.

Declarado Monumento Nacional desde el seis de noviembre de 2017, el Cristo habanero se ha convertido en uno de los símbolos más atractivos y de obligatoria visita para aquellos que llegan a la villa de San Cristóbal, próxima a celebrar su aniversario 500 el venidero mes de noviembre. (Fuente: ACN)