Por Martha Ríos
Puede cualquiera tomar un trozo de cielo, la esquina de un parque, o el torso de una mujer, y colorearlos de violeta, ponerles música, y hasta saborearlos mientras mezcla en su olfato el salitre con jazmines que emanan de cada uno de ellos.
Nada impedirá que sean tangibles. Si se hace con sensibilidad e ingenio, solo entonces, la fantasía, sin dejar de serlo, comenzamos a llamarla obra de arte.
El artista cubano de la plástica, Alfredo Sosabravo (1930), sabe de esas cosas.
Este 25 de octubre está cumpliendo 89 años, casi los mismos que llena de colores, olores y sabores, las formas de su mundo interior, sencillamente así, sin rigores de academia y mucho de intuición.
Su natal Sagua la Grande, en la antigua provincia de Las Villas, conoció de los primeros pasos del artista.
Luego lo acogió La Habana, la capital, donde trabajó el grabado, dio clases de dibujo en la Escuela Nacional para Instructores de Arte, pero fue la cerámica quien moldeó sus manos.
Dedos y barro se fundieron para siempre sin margen para distinguir cuánto de carne animada hay en sus piezas o de cuántas toneladas de arcilla está hecha su alma.
Cierto es que murales y esculturas de Sosabravo nos salen al paso por cualquier flanco de la ciudad, fundamentalmente de La Habana Vieja, y dan la bienvenida en modernos centros comerciales, hoteles y demás instalaciones.
También otras urbes del país y del extranjero atesoran sus creaciones. Es la mejor manera que ha tenido de afincar la identidad de su pueblo entre sueños y realidades, humor y amor.
Los archivos sonoros de Radio Habana Cuba atesoran el diálogo que sostuvo con una periodista de esa emisora internacional en el que nos acerca a su trayectoria artística, desde su génesis hasta los proyectos que acariciaba en el momento en que fue grabada la conversación, en los años 80 de la pasada centuria.