Por: Marilys Suárez Moreno
La Habana, 8 dic (RHC) En la mañana del 28 de junio de 1844, fue asesinado por la espalda, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).
Su fusilamiento, al decir del profesor Salvador Bueno, subrayó la vesania de la gobernación colonial. El escarnio del asesinato del poeta matancero Plácido, en esa ciudad, motivó a lo largo de más de 150 años las más encontradas polémicas.
Nacido en La Habana, el 18 de marzo de 1809, el hijo ilegítimo de un peluquero mestizo y de una bailarina española de Burgos, fue entregado a la Casa Cuna de Maternidad y Beneficencia, y recogido a los pocos días por su abuela paterna.
Se le dio el apellido Valdés como a todos los niños expósitos.
La víctima escogida
Se dice que hasta el momento de su fusilamiento, Plácido, era tan sólo un mulato libre que escribía versos.
De oficios peinetero y cajista, su trabajo en una imprenta le permitió satisfacer sus ansias de lectura y encaminarse hacia la poesía.
Censurado por algunos poetas de la época porque vendía sus poemas con temas de fiestas, bautizos, cumpleaños, los que presentaba con filigranas y viñetas propias del gusto romántico, Plácido se fue haciendo de un nombre, a partir del triunfo de La Siempreviva, una de sus mejores composiciones.
Comenzó entonces a ser mal visto por las autoridades de la Colonia, cuya gobierno, presidido por O Donell iniciaba la persecución contra los cubanos liberales y los negros, y el poeta matancero fue una de las víctimas escogidas.
Un poeta repentista
Apresado y torturado física y moralmente con motivo de aquella conspiración llamada de “la gente de color”, el poeta Gabriel de la Concepción Valdés fue fusilado con 10 de sus compañeros de rebelión.
Ante el pelotón de fusilamiento se proclamó inocente de supuestas delaciones suyas arrancadas por el cepo y de organizar y dirigir aquella fracasada conspiración.
Calificado por Salvador Bueno como un poeta repentista, entre sus obras destacan el romance Jicotenal y sus letrillas dedicadas al café, la caña y la piña, así como su Plegaria a Dios y Adiós a mi lira.
Estimado como un mártir, precursor de la independencia, a partir de su fusilamiento, Plácido, cuya figura sirvió de inspiración a obras literarias como La peineta calada, de Cirilo Villaverde, es un lírico merecedor de mayor atención. (Fuente: Radio Reloj)