Reyes en La Habana

بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2020-01-03 09:25:45

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Foto: Cubadebate.

Por: Ciro Bianchi Ross

La Habana, 3 ene (RHC) Aunque usted no lo crea, no son pocos los reyes y los  príncipes que han pasado por La Habana. Abre la lista Guillermo de Lancaster que como Guillermo IV ocupó el trono de Gran Bretaña hace unos 230 años.

La relación incluye asimismo a Luis Felipe de Orleáns, más tarde rey de los franceses, y a su hijo, el príncipe de Joinville, que estuvo por aquí en 1838. El archiduque Alejo, hijo del zar Alejandro de Rusia, asistió como invitado, en 1872,  a una fiesta que ofrecieron, en su casona del Cerro, los condes de Fernandina, fiesta que fue un sonado acontecimiento social,  y luego el gobierno colonial lo agasajó con una recepción a bordo del navío de guerra Gerona, que quedó asimismo en las páginas del imaginario habanero.

En 1893 vino la infanta Eulalia, hermana de Alfonso XII, y en 1936 ó 37 su sobrino-nieto Alfonso de Borbón, primogénito de Alfonso XIII y Príncipe de Asturias, que por esa época renunció a la sucesión dinástica para casarse con la cubana Edelmira Sampedro Robato, una muchacha de Sagua la Grande que era prima de Jorge Mañach.

Por esa misma fecha también estuvo en La Habana el rey Carol II de Rumania. Lo acompañaba su amante, Magda Lupescu, porque el monarca estaba ya separado de su esposa, la princesa Elena, de Grecia.  Fue una visita privada, apenas sin actos de protocolo y muy escasas salidas del Hotel. La pareja pasaba largas horas encerrada en la habitación. Todo esto finalizó de manera abrupta cuando un cable proveniente de la legación rumana en Washington recibido en la gerencia del Hotel, conminó a Carol a volver a su país. Había abdicado ya a favor de su hijo Miguel, pero así y todo implantó entonces allí un régimen fascista. Se revistió de poderes omnímodos y llegó a ordenar el asesinato de cercanos colaboradores. A esa altura, Carol II sobraba en Rumania. Un buen día dejó el gobierno y marchó a un exilio sin regreso.

También estuvo en Cuba, por la misma época que Carol, el duque de Windsor que había ocupado por escaso tiempo el trono de Gran Bretaña con el nombre de Eduardo VIII. Eduardo VIII renunció a la corona británica por el amor de una mujer. Se enamoró de Wallis Simpson, una muchacha norteamericana, plebeya, católica y divorciada y que fue mal vista por la realeza británica, la Iglesia Anglicana, los políticos y el gobierno de Gran Bretaña. Puesto escoger, Eduardo decidió quedarse con Wallis, pero perdió el trono.

Casi una década después  llegaba a La Habana Leopoldo III, de Bélgica, en compañía de Lilian, su segunda esposa y Alejandro, el hijo de ambos. Venía de capa caída el sujeto. Su pueblo no lo quería y el Parlamento de su país lo había inhabilitado. Sus devaneos con Hitler le ganaron el mote de "rey traidor" y ya en La Habana apenas salió del Hotel Nacional, donde se alojó, salvo para asistir a recepciones y banquetes auspiciados por José Gómez Mena, la condesa de Revilla Camargo y la familia Falla Bonet, en cuya casa de la playa de Varadero pasó una semana. Tres años después abdicó el trono a favor de su hijo, Balduino, que también había estado en La Habana.

En aquellos meses de febrero y marzo de 1948 un rey que nunca lo fue, don Juan de Borbón y Battenberg, padre del rey Juan Carlos I, de España, coincidió aquí con Leopoldo III.  Don Juan tenía título de conde Barcelona y venía acompañado de su esposa, Mercedes de Borbón y de Borbón. Don Juan y su esposa se alojaron en la residencia de la condesa de Revilla Camargo.

Otros miembros de la casa real española  estuvieron en La Habana. La infanta María Cristina,  hermana de Don Juan, estuvo aquí en 1953, y en noviembre de 1999, con motivo de la Cumbre Iberoamericana de ese año, vinieron el  rey Juan Carlos y la reina Sofía.

En esa ocasión, la reina Sofía visitó San María del Rosario. Apoyaba con su presencia el programa de restauración del casco histórico de dicha villa. En un momento de su recorrido, quiso la soberana degustar un café. La invitó a su casa, para que lo bebiera, el doctor Antonio Vargas, cirujano. Por esas cosas que pasan y que en su momento hacen sudar tinta a sus protagonistas, aunque se conviertan después en anécdota graciosa, la llave de la vitrina donde la familia Vargas guarda su valiosa vajilla, la de las ocasiones muy especiales, no apareció en el momento preciso. La buscaron en los rincones más insospechados, sin éxito, mientras la Reina, relajada y locuaz, aguardaba en la sala de estar. Al fin debió beber su infusión en un vaso simple, corriente.  Ese vaso simple y corriente, conservado ahora en su estuche como recuerdo de la visita real, es ya la pieza más preciosa de la muy valiosa vajilla del Dr. Vargas. (Fuente: Cubadebate)

 



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