Por: Guadalupe Yaujar Díaz
La Habana, 7 may (RHC) La actual pandemia de COVID-19 ha dejado casi desérticas las habitualmente concurridas calles de La Habana.
Tanto para quienes viven en la capital cubana, como para aquellos que la visitan, viniendo de otras provincias o del extranjero, resulta difícil imaginar el silencio y la falta de animación en la populosa y bulliciosa barriada de El Vedado.
Sin embargo, la magia de la lectura es capaz de revelarnos algunos de los más antiguos secretos sobre el origen y características actuales del carso sobre el cual se erige esta zona metropolitana que enamora a quienes la visitan.
Los famosos hoteles Nacional de Cuba y Habana Libre, la concurrida heladería Coppelia, el cine Yara, el Palacio de los Matrimonios de N y 25 o el emblemático edificio del Retiro Médico (donde resido), entre otras muchas edificaciones distinguidas de El Vedado, se erigen sobre terrenos que dejan ver la roca marina (conocida popularmente como diente de perro), con incrustaciones de conchas, caracoles y otros restos fósiles que nos trasladan imaginariamente hasta tiempos remotos, cuando esas superficies staban aún bajo el mar.
Como sucede casi siempre en materia de geomorfología, no se trata de un fenómeno circunscrito a unas cuantas manzanas urbanas con fronteras fijadas a voluntad del hombre, sino de un espacio geográfico que se extiende a lo largo de gran parte del territorio costero del sur de La Habana y Mayabeque, frutos de la paciente obra artesanal de la naturaleza.
Numerosos textos científicos abordan el tema, muchos de estos recopilados o referenciados en los dos tomos del libro Medio siglo explorando a Cuba, del afamado geógrafo, arqueólogo y espeleólogo doctor Antonio Núñez Jiménez (1923-1998), considerado el Padre de la Espeleología Cubana.
La lectura de varios de sus artículos nos ayuda a comprender, desde la mirada de la ciencia, lo que apreciamos en esa zona habanera, donde también existen grandes depresiones rocosas (a las que la gente llama “huecos”), provocadas, igualmente, por la acción marina en tiempos remotos.
Aunque muchos no reparen en ello, tal vez por desconocimiento o por simple distracción, cuando se transita por la concurrida calle 23 y otras de El Vedado, en realidad se hace sobre milenarias terrazas marinas: uno de los fenómenos más curiosos que resultan de la interacción del mar y la tierra.
Se trata de grandes escalones de hasta cientos de metros de largo y varios de alto, formados por el permanente lamer de las aguas sobre la costa de capas cársicas, unido al descenso del nivel del mar o a elevamientos telúricos, procesos que demoran millones de años.
El hombre, aprovechando esas planas superficies, las cubre de asfalto para utilizarlas como vías de comunicación.
Otros niveles de terraza se encuentran aún sumergidos en el mar frente al malecón capitalino y, quizás algún lejano día, se conviertan en céntricas calles habaneras por las que transiten miles de personas.