Por: Guadalupe Yaujar
La Habana, 7 ago (RHC) Las estatuas vivientes, parte del paisaje urbano en muchos países del mundo, han cobrado auge en los últimos años en Cuba.
Se trata de una manifestación del llamado arte urbano o de la calle, cuya génesis se asocia las antiguas civilizaciones griegas y egipcias, de moda en ciudades de Argentina, España y otras modernas urbes.
Cuba posee un gran movimiento teatral que se dedica a fomentarla y se disemina por los centros históricos de La Habana, Santiago de Cuba, Matanzas, Cienfuegos o Trinidad, entre otras.
Particularmente en La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad desde 1982, constituyen todo un espectáculo teatral.
Comenzó a desarrollarse este arte, a partir de los años 2000, pero sobre todo en obras teatrales cerradas.
En 2005, gracias al grupo teatral Gigantería y a la Oficina del Historiador de La Habana, se expandió por la ciudad y por el resto del país.
En la actualidad, realizan actividades no solo en las calles, sino también en escuelas y hospitales, sobre todo para los niños y jóvenes.
Los jóvenes artistas, devenidos magos del disfraz y la paciencia, dedican parte del día a la preparación de su atuendo y maquillaje, para poder permanecer inertes durante horas al sol, ante la mirada de asombrada de transeúntes cubanos y extranjeras.
Estos hombres y mujeres logran seducir a partir de los gestos lentos de su propio cuerpo, y en su piel ponen diversos materiales, con maquillajes y pinturas acrílicas con colores: el oro, la plata, la roca e, incluso, la madera. Al disfraz, le añaden artículos propios para su interpretación.
Nace, desde la inmovilidad inadvertida, un museo viviente a la intemperie, donde escenifican a personalidades excelsas de la cultura cubana. No escapa la interpretación de estrafalarios personajes, que pueden ir desde un cansado campesino hasta un pirata amenazante.
En cualquier esquina del bulevar de la calle Obispo, los transeúntes pueden encontrarse con el Caballero de París, personaje ambulante que recorrió muchos años las calles de La Habana en la segunda mitad del pasado siglo. Los que la ven por primera vez sospechan algo raro, pero no atinan a saber qué es. La sorpresa llega cuando, de repente, la estatua se mueve. No es de bronce, sino de carne y hueso, un hombre que diariamente viste las añejas ropas que semejan a las de El Caballero y se maquilla para dar vida a la estatua que lo representa.
Entre otros personajes encarnados, figuran La Giraldilla, símbolo de La Habana desde hace siglos; el caricaturesco Charles Chaplin; el flautista de Hamelín, de las legendarias fábulas de los Hermanos Grimm, por citar algunos.
En la actualidad, muchos trabajan de manera independiente, con el apoyo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Algunos ya tienen sus personajes creados y sus espacios de exhibición, pero constantemente buscan renovarse y crear nuevos personajes.
Mirémoslos como seres fantásticos que parecen acomodarse tranquilamente a la urbe de cinco siglos de fundada, una de las Siete Ciudades Maravillas del Mundo Moderno.