Por: Guadalupe Yaujar Díaz
El Mural de la Prehistoria, uno de los mayores frescos del mundo a cielo abierto, está pintado sobre rocas del período Jurásico, asoma entre las montañas del Parque Nacional Viñales, declarado en 1999 Paisaje Cultural de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
A unos 140 kilómetros de La Habana y ubicada a 4 kilómetros al oeste del pueblo Viñales, en el occidente de Cuba, la majestuosa obra recrea el ambiente natural del sitio, uno de los asentamientos más antiguos del Caribe insular.
La obra, iniciada en 1961 y cuyo trabajo se extendió cuatro años, estuvo encabezada por el pintor, científico y director de cartografía de la Academia de Ciencias de Cuba, Leovigildo González, quien fue discípulo en su juventud del reconocido muralista mexicano Diego Rivera.
Con la ayuda de más de una veintena de campesinos, sujetos por correas de paracaídas para escalar hasta la cumbre del mogote, los pintores se dieron a la riesgosa tarea de crear el mural de impresionantes dimensiones: 120 metros de altura y 160 de ancho.
La pieza está dibujada sobre rocas de formación cársica y ha sobrevivido a los embates del clima, incluida la fuerza del mar, en momentos históricos cuando las olas todavía golpeaban esas montañas.
Antes de comenzar la obra pictórica, se lavó y preparó la piedra para evitar que la erosión deteriorarse la pintura, y acto seguido se plasmó en ella, dibujando a pincel, una fauna que incluye dinosaurios, caracoles y reptiles marinos gigantes, entre otros.
En su estructura, se observan varias figuras humanas que evocan a los aborígenes de la zona del archipiélago cubano, además de mamíferos de gran talla, como el Megalocnus rodens (especie de oso extinto) y los amonites, moluscos de más de 70 millones de años de antigüedad.
En ese escenario, se identifican también reptiles marinos, de la era Mesozoica, que parecen emerger de la tierra.
El Mural se encuentra en buen estado de conservación; expertos han retocado algunos segmentos con el fin de prevenir futuros daños y rescatar las llamativas tonalidades de los trazos.
En el proceso de restauración, se utilizan esmaltes y pinturas resistentes a las condiciones atmosféricas exclusivas del Valle de Viñales. Esa particularidad le ha permitido resistir, casi intacto, desde su inauguración, detalle que llama la atención de los numerosos visitantes que llegan al lugar.
El mantenimiento de conservación toma cerca de cinco años y se realiza totalmente a pincel por campesinos locales que cuelgan en arneses desde lo alto del mogote.
De ahí que haya soportado las inclemencias del tiempo, gracias a su sistema de drenaje, que evita la acumulación de agua entre las piedras de un conjunto artístico ubicado en la que se conoce como la tierra del mejor tabaco del mundo.