Alberto Yarini, el Rey de San Isidro, el chulo más famoso de La Habana

بقلم: Maria Calvo
2020-10-17 00:55:37

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Alberto Yarini. Foto: MC

por María Calvo

Nacido en La Habana el 5 de febrero de 1882. Fue bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Monserrate, como Alberto Manuel Francisco Yarini Ponce de León.

Hijo de Cirilo Yarini, cirujano dentista, miembro fundador de la Sociedad de Odontología y catedrático titular de la Escuela de Cirugía Dental de la Universidad de La Habana, y de Juana Emilia, virtuosa del piano que llegó a tocar para Napoleón III en Las Tullerías.

Alberto fue el último de tres hermanos. Cursó estudios en el colegio habanero San Melitón y después prosiguió su educación en los Estados Unidos, de donde regresó a los 19 años para convertirse de inmediato en un clásico representante de la juventud burguesa de su época.

Frecuentaba la Acera del Louvre donde acudía cada tarde con sus amigos distinguidos, ninguno trabajaba, a beber unos tragos y a lucir sus trajes cortados a la medida, hechos con las mejores telas y adornados con yugos, leontinas, botonaduras y pasadores de corbata que valían fortunas y más tarde a sus fiestas nocturnas.

Yarini, de gran belleza física, poseía gran porte natural, incrementado por su dandismo. Siempre bien rasurado y mejor peinado, de hablar pausado, en voz baja y bien modulada y con un refinamiento que le venía desde la cuna. Hablaba el español y el inglés con la perfección de quien no posee gran cultura.

Era educado, todo sonrisas y gestos refinados con las damas cuando se encontraba en el mundo social, político y familiar, mientras que en San Isidro era el guapo al que había que hablarle bajito y rendirle pleitesías y respeto.

Simpático, generoso, distribuía por igual monedas y palmadas entre los habitantes del barrio de San Isidro, el peor de la ciudad, donde Yarini era amigo de pobres y ricos, de negros y blancos, a él siempre se podía recurrir con la certeza de no ser defraudado.

Pagaba con su propio dinero los alquileres de unas cuantas negras viejas retiradas ya de la prostitución, quienes lo adoraban y halagaban. De él se decía en San Isidro que era “hombre a todo”, frase que le ha sobrevivido.

Mantenía en su domicilio de Paula 96 entre 3 y 7 mujeres que trabajaban para mantenerlo y se liaba a puños y balazos con lo peor de las alcantarillas con el mismo entusiasmo con que se iba a bailar a los peores salones de La Habana.

Pero tenía otra vida que incluía desayunar cada día en la casa de sus padres, reunirse con los correligionarios de su partido, ir en las noches a la Ópera y otros centros de cultura de élites y cortejar, o ser amante, de distinguidas damas de la aristocracia y la alta burguesía habanera. Yarini no hacía un secreto de su ambición de postularse para concejal y, en un futuro no muy lejano, llegar hasta la silla presidencial.

Los apaches, como llamaban los cubanos a las pandillas de chulos franceses de San Isidro  estaban capitaneadas por el parisino Luis Letot, de temperamento tal vez no demasiado violento, que acostumbraba decir que había que “vivir de las mujeres, y no morir de ellas”, y que podía mostrarse en ocasiones tan exquisito como un cortesano de Versalles.

Así se comportó con Yarini cuando este le robó escandalosamente la joya más valiosa de su último cargamento de prostitutas desembarcado en La Habana, la pequeña Berthe, de 21 años, rubia y de ojos azules, que se le tenía como la mujer más bella que paseó por las calles del barrio, hermana de su concubina Jeanne Fontaine, y por tanto su propia cuñada.

Yarini en persona anunció a Letot su relación con Berthe, y el francés se encogió de hombros. No contento con eso, poco después, completamente solo pasó frente a la casa de Letot y le gritó a voz en cuello que guardara muy bien a sus putas, porque la Petit Berthe no bastaba para calmarle la calentura que tenía en aquellos días. Letot, sin perder la calma, le respondió: “Yo me voy a morir una sola vez”, y esa simple frase actuó como el conjuro que decretó la extraña tragedia donde fueron protagonistas dos antihéroes.

En ese momento Yarini compartía su casa de la calle Paula con tres mujeres en perfecta armonía. Elena Morales, una mulata en la flor de sus 22 años, Celia Martínez, una mestiza preciosa y la discutida Petit Berthe, la francesa por la que lo mataron.

Foto: MC

Días después los dos capos caían abatidos a balazos en una embestida que nunca ha sido del todo aclarada para la historia, Letot revólver en mano disparando contra Yarini a quemarropa en plena calle y sus compinches armados tirando desde las azoteas, Yarini que supuestamente no alcanzó a disparar su revólver, seguido de un tal Pepe Basterrechea que, de un solo tiro en medio de la frente, mató a Letot quien cayó tendido sobre las sucias piedras de la calle.

El cabo suelto en la muerte violenta del Rey de San Isidro fue José Basterrechea, joven vizcaíno de gran belleza física y elevada estatura, su mejor e inseparable amigo sin razones.

Se conoce poco de Basterrechea, no se le conoció como chulo, y tampoco que trabajaba, comía en una fonda de mala muerte, donde Yarini acudía cada tarde puntualmente después de cenar en la casa paterna, solo para encontrarse con Pepito y de ahí continuar en su compañía las andanzas nocturnas. Yarini lo mantenía a él y a su madre

Pepito mantuvo hasta su propia muerte en la pared principal de todos sus domicilios un retrato de cuerpo entero de Yarini, y se afectaba visiblemente cuando se le nombraba en su presencia.

Yarini, antes de morir en el Hospital de Emergencias, escribió en un recetario del hospital, una nota en que se culpaba de haber disparado con su arma la bala que mató a Letot, exonerando así de toda responsabilidad a su querido Pepito.

Diez mil personas asistieron al entierro del Rey de San Isidro un 24 de noviembre de 1910. (Recopilación de Internet)

 



التعليق

  • José Rubio Gonzalez's gravatar
    José Rubio Gonzalez
    18/12/2022 06:19 am

    Me gusta todo lo que tenga que ver con historia.


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