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بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2021-01-23 08:46:21

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Hotel Riviera, La Habana, Cuba, 1958. Foto: Archivo

Por: Ciro Bianchi Ross

La Habana, 23 ene (RHC) En Cuba, antes de 1959, el turismo se explotó más que nada por su lado malo. La promoción de las bellezas naturales de la Isla y de su patrimonio histórico-cultural quedaba en segundo plano frente a la combinación fascinante de ron-juegos de azar-mujeres en que se asentaba su publicidad.

La idea de convertir a La Habana en una suerte de Montecarlo de América se manejó por primera vez en la década del 20 y a partir de ahí y sobre todo en los años 50 el desarrollo turístico del país se centró en la aspiración de hacer de esta ciudad la capital del juego en América.

En un libro sobre nuestros atractivos “turísticos”, A la hora del coctel en Cuba, publicado en 1928, su autor, Basil Woon, hacía a los viajeros potenciales estas sugerencias: Usted puede beber todo lo que desee, probar suerte en la lotería y perder lo que estime pertinente en el casino. Añadía, que aquí no era necesario portar el certificado de matrimonio si se viajaba en pareja y que el visitante podía “mirar provocativamente a las bellas señoritas cubanas”.

La ley seca, que prohibió entre 1920 y 1935 el consumo de bebidas alcohólicas en Estados Unidos, impulsó a muchos norteamericanos a visitar la Isla. Antes, en 1919, el presidente Menocal firmó la ley que reglamentaba los juegos de azar. En 1915 se había inaugurado el hipódromo Oriental Park, en Marianao, y a partir de 1925 la sociedad Sindicato Nacional Cubano, encabezada por dos norteamericanos que eran además los propietarios del hotel Sevilla, operaba ese campo de carreras de caballos y el Casino Nacional, también en Marianao.

Antes de la apertura del Hotel Nacional (1930) los hoteles de lujo habaneros eran el Sevilla y el Almendares.

Entre los de primera clase se encontraban Inglaterra, Plaza, Telégrafo, Florida, Ritz... A fines de los años 40 la capacidad hotelera cubana era de poco más de 5 800 habitaciones. De ellas, 4 000 estaban en la capital. En una provincia como Matanzas, incluida Varadero, se registraban solo 504 habitaciones. Muchas de esas edificaciones eran inadecuadas y obsoletas, como se reconoce en un Decreto Presidencial de mayo de 1948.

La construcción de nuevas instalaciones se mantenía prácticamente estancada pese a que el número de turistas pasó de 114 885, en 1946, a 188 519 en 1951. Después del golpe de Estado de 1952 Cuba se abre a los intereses de la mafia norteamericana. Hasta 1958 se construyen o remodelaron aquí 3 152 capacidades de alojamiento. En 1959 el Directorio Hotelero consignaba 125 hoteles, con una capacidad total de 7 728 habitaciones.

Es en esos años cuando se construyen los hoteles Rosita de Hornedo (julio, 1955) St John’s (marzo, 1957), Capri (noviembre, 1957), Riviera (diciembre, 1957), Hilton (marzo, 1958) y Deauville (julio, 1958) y se remodelan Nacional, Comodoro y Plaza. El Internacional de Varadero, se inauguró en 1950. Se construyen asimismo el Copacabana y el Chateau Miramar, entre otros.

De todos ellos, solo hubo capital foráneo en las edificaciones del Internacional, Riviera y Deauville. Los otros se construyeron con capital cubano. La construcción del Hilton (Habana Libre) fue costeada con el dinero de la Caja del Retiro Gastronómico y sucesivos créditos del Estado cubano, en tanto que de los 12 millones de dólares que se invirtieron en el hotel Riviera, el Estado aportó la mitad y la suma restante se cubrió con bonos que adquirieron inversionistas cubanos, canadienses y norteamericanos. La mafia, que hizo de ese hotel su cuartel general en La Habana, aportó 400 000 dólares. Ni un kilito más.

En algunas de esas instalaciones, como Capri, el casino era más importante que el alojamiento, y en todas, la sala de juego era la parte más lucrativa. Por el alquiler de esos salones se pagaban unos 25 000 dólares anuales en hoteles como Riviera, Capri y Nacional, sin contar que el casino sufragaba por lo general el espectáculo y las orquestas del cabaret.

Los planes no se quedaban en esos hoteles. Eran más ambiciosos. Comprendían los hoteles Montecarlo (657 habitaciones) en Santa Fe y Habana-Fontainebleau, en El Vedado, con 550. Otro hotel, de 500 habitaciones, se edificaría donde ahora está la heladería Coppelia, y uno más, con 600, en las áreas del parque deportivo José Martí.

Los proyectos incluyeron instalaciones hoteleras en Soroa y Trinidad. Se construyó el hotel Colony, en Isla de Pinos, inaugurado el 31 de diciembre de 1958, y se inició un incipiente desarrollo en Cayo Largo del Sur. Los planes eran tan vastos en Cuba y en particular en La Habana que contemplaban construir en una faja de terreno sobre el mar a todo lo largo del Malecón.

Entonces el turismo se concentraba en La Habana y en muy menor medida en Varadero e Isla de Pinos. La capital disponía de más de 50 hoteles -cuatro de ellos, de lujo- con 4 900 habitaciones y 9 800 capacidades. En la Playa Azul no pasaban de 700 las habitaciones e Isla de Pinos podía acomodar a lo sumo a unos 200 visitantes. Unos 223 000 turistas extranjeros vacacionaron en Cuba en 1956. Otros 272 000 lo hicieron en el 57 y al año siguiente la cifra descendió a 212 000. La mayoría de ellos, por supuesto, eran norteamericanos. (Fuente: Cubadebate)

 



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