cafetales franceses en la Sierra del Rosario
La planta del cafeto llegó a Cuba en el siglo XVIII, gracias a Don José Gelabert, quien fundó en las afueras de La Habana, el primer cafetal de la Isla hacia 1748, con semillas provenientes de Santo Domingo, actual República Dominicana.
En 1789 llegaron a Cuba emigrantes franceses escapando de sus respectivos países que compraron tierras a los españoles que las vendían a muy bajo precio. Aquí crearon su propio imperio con aroma y sabor a café.
El arribo de los franceses a la Isla fue bien vista por los círculos progresistas de Cuba, los inmigrantes eran portadores de altos conocimientos técnicos que contribuyeron al desarrollo agroindustrial cubano.
cafetal Buena Vista
Las tierras ocupadas por los caficultores franceses, fueron atendidas con acierto, aplicando técnicas correctas que permitió la obtención de rendimientos adecuados, a corto y mediano plazos, con los propósitos de rentabilidad y comercialización propuestos.
Además, estos cafetales atendidos por ellos y el territorio bajo su influencia mejoró considerablemente en todos los aspectos: en el cultivo, en las comunicaciones, en las construcciones de viviendas, en las industrias, etc., además de recibir múltiples beneficios en el aspecto social.
La hacienda cafetalera no fue sólo una empresa agroindustrial, sino que también muchas de ellas se convirtieron en centros de cultura, con bibliotecas dotadas con excelentes libros científicos y de literatura universal.
En la Sierra del Rosario los principales aportes y manifestaciones culturales francesas estuvieron vinculados a la arquitectura. Mansiones en plena serranía, alejadas de los centros urbanos, con destino agrícola, fueron construidas con gusto refinado, fácil de apreciar en la actualidad en las ruinas de los cafetales Santa Catalina, San Pedro, El Contento, Santa Susana, Liberal y Buena Vista, entre otros.
ruinas del cafetal San Pedro
Muchos colonos franceses llegaron a la región en compañía de sus familias y otros en estado de soltería, contraerían matrimonio con criollos y españoles, produciendo un proceso de fusión étnica. En el habla, incorporaron numerosos vocablos que con el paso del tiempo han sufrido sustanciales cambios, tales como secadero o tendal, basicol, tahona, entre otros.
La celebridad alcanzada por los cafetales franceses fue tal que los círculos intelectuales dentro y fuera del país se vieron atraídos, arriesgándose algunos de ellos a incursionar por las empinadas montañas y dilatadas llanuras, con tal de conocer la obra y la ilustración de los franceses, entre los viajeros que visitaron estas haciendas se encuentran: los criollos Pedro José Morillas, Cirilo Villaverde y los extranjeros Abiel Abbot, Fredrica Bremer, la Condesa de Merlín, Jacinto Salas y Quiroga y Samuel Hazart, entre otros.
ruinas del cafetal Santa Catalina
El boom cafetalero cubano tuvo lugar durante las tres primeras décadas del siglo XIX Cuba era el primer exportador mundial de granos. Pero ya hacia 1830 fue perdiendo fuerza, debido a la mediación de España en el comercio de la isla.
La Metrópoli imponía gravámenes y altos precios a países importadores como Estados Unidos. Desestimulados por esta situación, volvieron su mirada hacia productores incipientes en ese momento como Brasil, Colombia y otros países del área centroamericana quienes recibieron más estímulo y crecieron en el mercado internacional.
A inicios del siglo XX acabó el negocio del café en Cuba, todo se abandonó por la competencia. El pasado glorioso quedó atrás por malas decisiones mercantiles.
De los cafetales de la época podemos mencionar en Las Terrazas, una comunidad en el occidente de la isla, había más de 60 fincas entre las que se destacan la de Don José Gelabert, La Isabelica y Buena Vista. (Recopilación de Internet)