Jardín japonés. Jardín Botánico Nacional. foto:JR
por Heydi González Cabrera
El paso de los años, lejos de hacerle perder su encanto, enriqueció aún más este regalo de Natura. Me refiero al Jardín Botánico Nacional, centro educativo e investigativo adjunto a la Universidad de La Habana, situado a 25 kilómetros al sur del centro de la capital cubana, y con un territorio aproximado de 600 hectáreas donde exponen unas 4000 especies vegetales.
Y justo allí, se levanta un rinconcito maravilloso: el “Kaiyu-shin-teien”, o Jardín de los Paseos, paraje único de cinco hectáreas, apacible e inspirador, concebido por el paisajista japonés Yoshikuni Araki, y que responde a uno de los estilos históricos reconocidos como insuperables en la jardinería universal.
Todo se conjuga artísticamente en este espléndido enclave del Jardín Botánico Nacional, dedicado a la fitogeografía del Asia Sur Oriental: la utilización de plantas propias de esa región asiática, y otras que por su forma, textura o floración, se ajustan al diseño.
El eje visual principal de la composición del jardín se apoya en la técnica denominada “shakkei” basada en asimilar escenas distantes de particular interés, en este caso, las lomas de Managua, a pocos kilómetros de distancia, regalan sus prominentes contornos a dicho objetivo. Enmarcada en ese fondo, una esplendorosa cascada reparte su torrente en tres secciones y lo precipita por plataformas escalonadas hasta caer con suave murmullo en la placidez de un lago.
Jardín Japonés. foto: JR
El espectáculo satisface al más exigente y permite su contemplación desde diferentes puntos orientados convenientemente: el mirador de una casa de infusiones, dos pequeños pabellones de madera junto al camino, una terraza de lajas de piedras sobre el borde del lago y un pabellón hexagonal de madera que se levanta sobre pilotes dentro del lago, denominado “Ujimi-dou” o Pabellón sobre las aguas.
El ordenamiento de las piedras juega un papel muy significativo en la jardinería japonesa; toma los valores propios del material, su color, textura y los efectos cambiantes de la iluminación.
Las piedras conllevaron una cuidadosa búsqueda por la geografía cubana. Península de Ancón, al sur de Trinidad; Laguna de Piedra, en la Sierra de Viñales; Soroa; Playas del Este y Playa de Jibacoa, en la costa norte de La Habana.
Variados detalles complementan la belleza del jardín. En un recodo del camino, un tazón de piedra natural permite al visitante lavarse las manos, mientras, siente bajo sus pies el eco del agua que cae dentro de una oculta tinaja.
Llama mucho la atención la torre de piedra, réplica simplificada de las tradicionales pagodas budistas, compuesta por trece piezas horizontales colocadas una sobre otra, hasta alcanzar tres metros de alto, y caprichosamente ubicada en el extremo de la cascada.
Pagodas Budistas. foto:JR
Los amantes de la botánica disfrutan la distribución escénica y ambiental de las plantas; arbustos multicolores y profusión de Bambusa vulgaris, Amoora rohituka, y Cassia nodosa, esta última con una floración rosa pálido que recuerda el “Sakura” o cerezo en flor.
No faltan las coníferas, en particular, los pinos. Su semejanza con las especies que habitan en Japón permite conformar una cortina que delimita el entorno de jardín. Se entremezclan con ellos los Podocarpus nerilflolius que avanzan o retroceden para favorecer escenográficamente los puntos de interés.
El Jardín Japonés es una obra de arte, donada por la Asociación Conmemorativa para la Exposición Mundial del Japón como símbolo de amistad, regalo muy apreciado por el pueblo cubano, reverenciado de la mejor manera: con sus visitas mantenidas a aquel oasis de ensueños. (Fuente: Radio Rebelde)