“Es el Caballero de París”. Foto: María Calvo
Una de las calles más antiguas y por lo tanto también más turísticas de la ciudad de La Habana, es la Calle de los Oficios. Está en el casco histórico de la capital cubana y caminando por ella te topas de repente con una estatua de bronce de tamaño natural, situada a la entrada de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís.
La estatua del Caballero de París
Visitantes nacionales y extranjeros, se detienen frente a la figura de bronce, para tomarse fotos, acariciar su barba, ya brillosa ante el roce de tantas manos, o simplemente dejarle una flor.
¿Quién es? preguntan algunos. Casi de inmediato, tal interrogante encuentra respuesta: “Es el Caballero de París”.
A tantos llama la atención el noble de bronce que contar su historia se vuelve necesario.
Su verdadero nombre: José María López Lledín. Nació un 30 de diciembre de 1899 en la provincia de Lugo, en España. De acuerdo con la documentación del Archivo Nacional, llegó a la Habana el 10 de diciembre de 1913 con 12 años de edad. Dice la leyenda que por algún delito terminó en las galeras del Castillo el Príncipe, encarcelado hasta fines de los años 20, cuando empezó empezó a recorrer las calles de la ciudad sin hogar ni techo.
El Caballero de París
De mediana estatura, pelo largo y canoso, meditabundo, sin mucho arreglo ni cordura, vestía de negro, con capa, cual mosquetero. Era un hombre gentil, conversador, educado y espontáneo, todos los que compartieron con él recuerdan sus charlas sobre la vida, la religión, la política y los eventos del día. Nunca pidió dinero. Resaltaba por llevar una carpeta de papeles y un puñado de lápices que le dotaban de cierto aire intelectual.
Así se convirtió en un popular personaje que era usual ver por varios rincones de la ciudad, principalmente por el Paseo del Prado, la Avenida del Puerto, la Plaza de Armas, 23 y 12, y el Parque Central.
El Caballero de París
En cuanto a su apodo, El Caballero de París, existen miles de versiones sobre su origen. Algunos dicen que proviene de una novela francesa; otros, que obtuvo popularmente el calificativo de la acera del Paseo del Prado que en su mente equivalía a la acera del Louvre; en tanto muchos afirman que el solía nombrarse a si mismo “Rey” y “Caballero”. La verdad es que se convirtió en una leyenda viva de las calles de La Habana y quienes le conocieron siempre tienen algo que contar sobre él.
Fue testigo de la convulsionada vida de La Habana y el país hasta que en 1977 se le internó en el Hospital Psiquiátrico de la capital.
Murió un 11 de Julio de 1985 con 86 años de edad, inicialmente, fue enterrado en el cementerio de Santiago de las Vegas en La Habana. Años más tarde, sus restos fueron exhumados por el historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, y transferidos al interior de la capilla del convento de San Francisco de Asís, muy cerca de la estatua.
Leyendas imperecederas fueron creadas en torno a este “Caballero”; y muchas de ellas han servido de inspiración a escritores, cineastas y artistas. Ciertamente, como toda leyenda nunca muere, y la magia creadora del escultor José Villa Soberón perpetuó su figura en bronce para que continúe deambulando por las calles de la Habana aún después de cumplirse 36 años de su muerte. (Recopilación de Internet)