La Bayamesa, una «capitana bajo fuego»

بقلم: Maria Calvo
2022-09-24 05:49:10

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Rosa La Bayamesa

por Mailenys Oliva Ferrales

Cuentan que su machete tenía la furia de un huracán; que conocía como nadie los secretos de las plantas para sanar las heridas de los cuerpos fustigados por la guerra; y que, en la manigua, sus manos eran igual de diestras, lo mismo en el manejo de las armas de fuego que en la elaboración de auténticas comidas criollas.

Algunos la llamaban Capitana, otros la nombraban Santa Rosa; pero, en realidad, todos la conocían como Rosa, La Bayamesa, la negra mambisa nacida para esclava, cuya mayor libertad no fue la que le otorgó su amo, sino la que soñó para su Patria.

Por esa libertad sin cortapisas se fue al monte bravo, entre las primeras, cuando la alborada de 1868 llamó al combate para romper las cadenas opresoras del Gobierno español. De Bayamo era hija y a esa insurrecta ciudad la honraría con su bravura.

Allí, en el centro mismo de la lucha, estaría ella hecha bondad y firmeza, consagración y ejemplo… intachable altruismo. Y es que su dedicada atención a los mambises, sus servicios como enfermera, y su valiosa labor en la organización de hospitales de campaña, le ganaron la admiración de todos los que la conocieron.

Carlos Muecke Bertel, un capitán del Ejército Libertador que fuera paciente de aquella asombrosa mujer, relató, en sus memorias de la guerra, que había quedado asombrado con «el valor de la capitana bajo fuego», sus cuidados y comidas, «abundantes y gustosas».

Como combatiente sería, además, temeraria. Rosa jamás rehuyó el peligro ni las balas enemigas. Se le recuerda, eso sí, en sangrientas contiendas como la de Palo Seco y El Naranjo, en las que fue la encargada de trasladar hacia lugares seguros a los heridos.

Muchos de ellos sobrevivirían gracias a las pericias de la Capitana, bautizada al nacer como Rosa Castellanos Castellanos, y a quien no se le resistían ni las hemorragias ni las fiebres ni la disentería.

Y si heroica fue su participación en la Guerra Grande, extraordinaria sería luego su presencia en la contienda necesaria de 1895, en la cual se enroló cuando ya sobrepasaba las seis décadas de vida.

Durante esa gesta su principal trinchera sería un modesto hospital de sangre, levantado con troncos y yaguas en el Camagüey. En ese sitio fue tan imprescindible su labor, que un año después, en 1896, a propuesta del Generalísimo Máximo Gómez, recibiría el grado de Capitana del Ejército Libertador.

No en balde, al dibujarla en prosa, Nicolás Guillén escribiría que Rosa, La Bayamesa: «llevaba sus insignias con el mismo decoro, con igual propiedad, que el más valiente de los hombres».

Sin embargo, su corazón, enfermo y lleno de pesares por los sueños truncos, no resistió la opresión de otro régimen y, a inicios de la República Neocolonial, un 25 de septiembre de 1907, dejó de latir en su pecho. Tenía entonces 73 años.

Pero Rosa, La Bayamesa, no era «flor» que se marchitara. Ella siguió y sigue renaciendo en la historia; en otras mujeres y en otras batallas.(Tomado del diario Granma)

 



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