Por: Yanisbel Peña Pérez/ACN
Un día como hoy, pero cinco décadas atrás, los cubanos recibieron la dolorosa noticia de la muerte de uno de sus más grandes músicos de todos los tiempos: Roberto Faz ( 18 de septiembre de 1914- 26 de abril 1966), el cantante que, al frente de su homónimo conjunto, elevó nuestra música popular a planos estelares dentro y fuera de la Isla.
Faz resulta uno de esos intérpretes que trascendió, como Benny Moré, por sus excepcionales dotes como cantante, su complicidad con el público y los bailadores, y el cariño que le profesaban todos sus compatriotas.
Nació en el ultramarino pueblo de Regla, en septiembre de 1914, y llevaba la música en los genes. Con solo 13 años incursiona como cantante en el Septeto Infantil Champan Sport, que dirigía Carlos Toledo, y a los 15, además del canto, se desenvolvía como percusionista y bajista en el septeto que administraba su padre Don Pascual, quien tanto tuvo que ver con el éxito de su carrera, y donde figuraba el gran trompetista Félix Chapotín.
De ahí en adelante Roberto Faz pasó por la alineación de varias de las más populares orquestas cubanas de la época, consolidándose poco a poco como una de las voces del momento. Es, precisamente, gracias al empuje de Don Pascual que encabeza el conjunto Tropical, una agrupación que, organizada por su progenitor, juega un papel fundamental en la carrera del joven artista.
Su nombre apareció en las nóminas de las orquestas Ultramar, Copacabana, Continental, Hermanos Palau, Cosmopolita y el Conjunto Habana, hasta que llega al popular Conjunto Casino, donde se consagra definitivamente como uno de los primeros cantantes de Cuba.
Durante la estancia en esa última agrupación, su voz conoce otros horizontes cuando comienza a presentarse en escenarios de Estados Unidos y Latinoamérica. Así se convirtió en el sello, no solo del conjunto, sino también de los éxitos del momento. Fue Faz el que popularizó entre los primeros lugares de las listas canciones como Quiéreme y verás, de José Antonio Méndez; Que se corra la bola, de Alberto Ruíz; y Realidad y Fantasía, de César Portillo de la Luz.
“El Casino” se desintegra en 1955 y poco después Faz, junto a algunos de sus ex–integrantes, forma una nueva orquesta: el Conjunto Roberto Faz, con el que alcanza la cúspide de su carrera artística.
La agrupación constituyó un verdadero fenómeno dentro de la música popular bailable de finales de la década de los años 50 y la primera mitad del decenio de los 60 del pasado siglo. Claro está, la gloria era compartida con otras grandes agrupaciones del momento como La Aragón, Benny Moré y su Banda Gigante, y la Riverside.
Ya entrada la segunda mitad del XX, Dámaso Pérez Prado, el creador del mambo, pone en circulación un nuevo ritmo llamado Dengue, que tiene en el Conjunto Roberto Faz a su principal promotor. Los carnavales habaneros eran por aquel entonces el principal termómetro para medir la popularidad, y la agrupación de Faz era de las más aclamadas en un momento donde, simultáneamente, compartían la preferencia del público los ritmos Dengue, Pilón, de Enrique Bonne; el Pa´ cá, de Juanito Márquez, y el Mozambique, de Pello el Afrokán.
Cuba entera bailó al compás de canciones como Dengue de caña, Dengue en Fa y El dengue tiene su tiqui tiqui.
En medio de esta furia de nuevos estilos musicales le sorprende la muerte, dejando un invaluable legado al patrimonio musical cubano y sentando un precedente que, aún decenios después, sigue despertando admiración y respeto en las nuevas generaciones de cantantes cubanos.
Se dice que al fallecer, Roberto Faz dejó más de 400 grabaciones de todos los géneros de la música cubana, consideradas por los entendidos verdaderas joyas del cancionero de la Isla.
A seis décadas de su desaparición física su obra está tan viva como en los años en que era uno de los más populares cantantes de Cuba por su voz, carisma y el cariño que supo ganarse de su pueblo.