por Guillermo Alvarado
Todo parece indicar que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, terminará su gestión sin alcanzar uno de sus objetivos más preciados, el Tratado de Libre Comercio Trasatlántico, TAFTA, por sus siglas en inglés, un acuerdo entre ese país y la Unión Europea que pretende crear un mercado de 820 millones de consumidores y que representaría la mitad del Producto Interno Bruto mundial.
Luego de 14 rondas de negociaciones ese gigantesco pacto parece lejano y, si vamos a creer al vicecanciller alemán, y ministro de Economía, Sigmar Gabriel, está mucho más cerca del fracaso que del éxito.
El TAFTA en resumen propone limitar al máximo las barreras aduanales para facilitar las importaciones, las exportaciones y las inversiones a ambos lados del Atlántico, así como armonizar las reglamentaciones en nueve renglones industriales clave: el automovilismo, cosméticos, textiles, productos farmacéuticos, aparatos médicos, pesticidas, tecnologías de la información y comunicaciones, ingeniería y química.
Como se ve, el proyecto es ambicioso pero como bien dice el dicho, entre brujos no se pueden leer las manos y, capitalistas todos los socios al fin y al cabo, el choque de intereses ha sido brutal porque, como ocurre en ese mundo, cada uno quiere ganar sin perder ni arriesgar, y como no se trata de cooperar sino de competir, nadie ha encontrado como resolver esa complicada ecuación.
Los europeos tienen mucho miedo de una cláusula que Estados Unidos pretende imponer sí, o sí. Es la creación de un tribunal de arbitraje por medio del cual una transnacional puede demandar a un Estado cuando éste promulgue una ley que a su criterio les impida hacer negocios allí.
Esto significaría, por ejemplo, que la estadounidense Monsanto podría llevar a juicio a países europeos que prohibieron el uso de semillas genéticamente modificadas, que se ha comprobado que causan daño al medio ambiente.
El bloque continental europeo pretende, por otra parte, que Washington abra a sus productos su poderoso mercado público, protegido por la Buy Américan Act, una ley que data de los años 30 del siglo pasado.
También están en el menú de los conflictos las normas de protección al consumidor y el respeto de las marcas. Los franceses temen que se comience a producir vino con apelación Bordeaux en California, mientras en su mesa se sirva carne de res con hormonas o pollos lavados al cloro, muy al estilo estadounidense.
Para el ciudadano de a pie las preocupaciones son más obvias, entre ellas que la inundación de mercancías en ambas costas puede muy bien provocar la pérdida de cientos de miles, quizás millones de empleos. Además causa notable inquietud que las negociaciones se lleven a cabo en el más absoluto secreto, por que el silencio y la opacidad nunca han sido precursores de nada bueno.
¿Se marchará Obama de la Casa Blanca sin el TAFTA debajo del brazo? Millones de personas de ambos lados del Atlántico esperan que así ocurra.