por Roberto Morejón
El nuevo presidente de Brasil, Michel Temer, tratará de ganar credibilidad con su participación en la reunión del Grupo de los 20 en China, para contrarrestar angustiosamente la bajísima popularidad y su condición de Jefe de Estado no amparado por las urnas.
Objeto del rechazo por estar en el centro de un golpe de estado ejecutado por el legislativo, estructuras judiciales y los poderes mediático y empresarial, Temer fue juramentado precipitadamente como Jefe de Estado después de la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Principalmente en América Latina y el Caribe se pronunciaron voces y publicaron comunicados para condenar la oscura maniobra que culminó en el Senado brasileño con el desalojo de la dignataria, a quien no pudieron demostrarle las irregularidades fiscales imputadas.
En diversas latitudes se manifestó irritación por la determinación de legisladores brasileños que, en muchos casos, están sumidos en escándalos o pesan sobre ellos sospechas por corrupción.
Los presidentes de Venezuela, Nicolás Maduro, de Bolivia, Evo Morales, y de Ecuador, Rafael Correa, estuvieron entre los que condenaron de inmediato la maniobra política y parlamentaria contra la primera mujer Jefa de Estado de Brasil.
La titular de la Asamblea Nacional de Ecuador, Gabriela Rivadeneira, opinó que los parlamentos deben convertirse en garantes de los pueblos y no de las élites.
El expresidente de Uruguay José Mujica aseveró que en Brasil se concretó un golpe “decidido en otra parte” y el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, expresó que Michel Temer “no tiene ninguna legitimidad”.
Las señales de desaprobación y condena incluyen una declaración del gobierno cubano en la que se destaca que la separación de la presidenta Dilma “constituye un acto de desacato a la voluntad soberana del pueblo”.
El peso de las críticas conmocionan al ahora Primer Mandatario efectivo tras sinuosa escalada, de ahí la orden a su ultraconservador canciller, José Serra, de tratar de mejorar la imagen externa del gobierno brasileño.
La tarea parece monumental, aun cuando el gobierno de Temer cuenta con la bendición de los mercados, organismos crediticios internacionales y columnistas de la prensa conservadora local.
Pero en contra de Michel Temer y el Partido Movimiento Democrático Brasileño gravita que son representativos del retorno del neoliberalismo rampante, cuya agenda está colmada de proyectos de privatizaciones, reforma de la seguridad social y del mercado laboral.
Junto a otros de sus compatriotas, millones de brasileños beneficiados con los programas de Luis Inacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff le recordarán a Temer, posiblemente en las calles, su insatisfacción con los políticos tradicionales.