por Guillermo Alvarado

Todo está preparado para la celebración en Venezuela de la XVII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, NOAL, que tendrá lugar del 13 al 18 de septiembre en Isla Margarita y donde se abordarán temas cruciales para la revitalización de este amplio organismo, cuya acción es hoy día más necesaria que nunca ante el avance de las fuerzas hegemónicas de la principal potencia mundial.

El rechazo a las acciones intervencionistas de Estados Unidos en muchas regiones del planeta, la delicada situación en el Oriente Medio, las amenazas del terrorismo y la alianza de esta organización con los novedosos mecanismos de integración en América Latina y El Caribe, forman parte de la amplia agenda de la cita.

Un tema de particular relieve es la agresión constante sufrida por el pueblo de Palestina por Israel, principal aliado de Washington en esa convulsa zona.

El jefe de Estado de Venezuela, Nicolás Maduro, quien recibirá de manos de Irán la presidencia temporal de los NOAL, aseguró que su país aspira a jugar un papel importante para que esa organización impulse la necesaria reforma de la ONU y el establecimiento de prioridades a nivel global.

El movimiento de los NOAL está formado por 120 naciones, de ellas 53 de África; 39 de Asia; 26 de América Latina y el Caribe y dos de Europa; además de 17 países y 10 organizaciones con calidad de observadores.

Su origen se remonta a la denominada Cumbre Afro-Asiática de Bandung, de abril de 1955, donde participaron 29 líderes de países recién liberados del yugo colonial europeo y que sentaron las bases sobre las cuales se fundó seis años después el Movimiento de los No Alineados, en septiembre de 1961 en Belgrado, en ese entonces capital de Yugoslavia y hoy de la República de Serbia.

En ese momento Cuba fue el único país de América Latina y el Caribe en incorporarse a esa organización, si bien tres años más tarde, en 1964, lo hizo Venezuela, pero en ese momento en calidad de observador.

Algunos de los principios fundacionales de los NOAL se basan en la rigurosa línea de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados, el respeto absoluto a la soberanía y la integridad territorial de las naciones, la igualdad entre todos los pueblos, con independencia de razas, credos o ideas políticas, y la solución pacífica de los conflictos internacionales, de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas.

Este último concepto comulga con la declaración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños expresada en La Habana en enero de 2014, de considerarse como una zona de paz y libre de armas nucleares.

A nadie escapa la extraordinaria importancia de que Venezuela acoja esta magna reunión y se convierta así en el tercer país de la región, después de Cuba, que lo hizo en 1979 y 2006, y Colombia, en 1995, en dirigir esta importante organización, en momentos en que la derecha más conservadora realiza una embestida contra la Patria de Bolívar y los gobiernos progresistas de el área, con el artero propósito de convertirnos de nuevo en el patio trasero de Estados Unidos.