por Guillermo Alvarado
El 6 de octubre de 1976, hace exactamente 40 años, se cometió uno de los peores crímenes de que se tenga noticia en nuestro hemisferio cuando terroristas entrenados y pagados por la estadounidense Agencia Central de Inteligencia, CIA, volaron en pleno vuelo un avión de la aerolínea Cubana de Aviación frente a las costas de Barbados y asesinaron a sus 73 ocupantes.
Los autores intelectuales de esta brutal acción fueron los contrarrevolucionarios de origen cubano Orlando Bosch Dávila y Luis Posada Carriles, y la llevaron a la práctica los venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo.
El común denominador de estos cuatro sujetos era su odio visceral hacia la Revolución Cubana y estar todos en las nóminas de la CIA, como fue comprobado hasta la saciedad.
Las víctimas fueron 57 cubanos, entre ellos el equipo juvenil de esgrima que retornaba a la patria tras conseguir una importante victoria en ese deporte, 11 guyaneses y cinco ciudadanos de la República Popular Democrática de Corea que realizaban un viaje de amistad por nuestra región.
Se trataba de vidas útiles, dedicadas a nobles actividades, que fueron cortadas de tajo por un acto de violencia que no fue el primero, sino un eslabón de una cadena de odio forjada en suelo estadounidense desde el mismo día del triunfo de la Revolución.
Poco antes en Jamaica, el 9 de julio de ese año, un potente artefacto detonó en un vagón que cargaba equipajes para un avión que se dirigía a Cuba y cuyo despegue se demoró por razones técnicas. Si estalla en el aire, la tragedia habría sido de grandes proporciones.
Lo que más repulsión causa de estos actos es que sus autores han logrado en la mayoría de los casos escapar a la justicia y, como Posada Carriles y Bosch Dávila, encontraron seguro refugio en Estados Unidos, país que viola sus propias leyes para darles protección.
El prontuario criminal de Posada Carriles es extenso y su presencia ha dejado un reguero de sangre en países como Guatemala, Honduras, El Salvador y Panamá. En este último sólo la acción de los órganos de seguridad cubanos impidió en el año 2000 que cometiera una nueva masacre, cuando planificaba poner una bomba en la universidad durante una alocución del líder de la Revolución Fidel Castro.
Amnistiado por la expresidenta Mireya Moscoso por intervención de la embajada de Estados Unidos, Posada Carriles retornó a su guarida favorita de Miami, donde reside sin que nadie lo moleste en absoluto, lo cual llama poderosamente la atención, porque en nombre de la lucha contra el terrorismo el gobierno norteamericano ha devastado naciones enteras, pero protege a éste, contra quien existen contundentes pruebas.
Así lo denunció Fidel Castro durante la despedida de duelo de las víctimas de Barbados cuando aseguró que “Los autores de estos crímenes se mueven impunemente por todas partes; cuentan con recursos financieros inagotables; utilizan pasaportes de Estados Unidos como ciudadanos naturalizados de ese país o documentos reales o falsos de otros numerosos países, y emplean los medios más sofisticados de terror y crimen.”
El atentado terrorista de Barbados permanece vivo en la memoria de los que aman la vida y la libertad, y cada 6 de octubre se multiplican las voces que exigen castigo contra los asesinos, contra quienes los entrenaron y también contra los que les dan cobijo, porque la historia, aunque no le guste al señor Barack Obama, no se puede dejar atrás.