Por: Guillermo Alvarado
Informes recientes demuestran la situación que viven decenas de miles de niños centroamericanos que, empujados por la pobreza o la violencia, emprenden el peligroso camino hacia Estados Unidos, la mayoría sin un acompañante adulto, con la ilusoria esperanza de encontrar un mundo mejor, sólo para verse sumidos en un infierno de maltratos, violaciones, muerte o detención en condiciones infrahumanas.
Autoridades mexicanas informaron que las detenciones de menores no acompañados desde 2014 hasta julio de este año fueron alrededor de 41 mil, lo cual significa un drástico aumento respecto a períodos precedentes.
Las capturas tuvieron lugar en los estados de Chiapas, Tabasco y Veracruz y el 97 por ciento de los infantes retenidos son originarios del llamado triángulo del norte centroamericano, formado por El Salvador, Honduras y Guatemala.
Un dato espeluznante es que de estos niños y adolescentes sólo 12 mil 400 fueron remitidos a centros especiales de acuerdo a su edad, lo cual significa que la inmensa mayoría, el 68 por ciento, permanecieron en los espacios y con las mismas condiciones reservadas a los adultos, que son mucho más duras.
Casi al mismo tiempo el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, informó que en la última década la cifra de infantes en situación de extrema pobreza fue tres veces superior a la de los adultos, un dato paradójico porque en ese mismo período la miseria retrocedió de manera global en 11 puntos en nuestra región.
Quiere decir, lisa y llanamente, que los niños reciben en menor escala los beneficios del crecimiento económico y por lo tanto se ven impulsados con mayor fuerza a emigrar en busca de algunas oportunidades.
A ello se agrega el ambiente de violencia que deben sufrir en sus comunidades, sobre todo en la citada región centroamericana, donde las pandillas juveniles, las denominadas maras, imponen un régimen de terror y aplican severos castigos, o hasta la muerte, a quienes no acepten incorporarse a ellas.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, denunció que todos los meses miles de menores centroamericanos corren el riesgo de que los secuestren, los violen o los asesinen, o de ser víctimas de la trata, mientras intentan llegar a los Estados Unidos con la ilusión de hallar refugio contra unas pandillas brutales y una pobreza agobiante.
La parte más peligrosa del viaje ocurre en territorio mexicano, donde pueden ser víctimas del crimen organizado, bandas de asaltantes, graves accidentes o la acción de autoridades venales y corruptas.
La oficina regional de Unicef para América Latina y El Caribe llamó a los gobiernos involucrados en este drama a incrementar la inversión en materia de educación, desarrollo y oportunidades laborales, única manera de enfrentar este grave problema.
También exigió medidas contra la impunidad de que disfrutan las redes criminales con el propósito de frenar la violencia en los países expulsores y de tránsito de niños migrantes, que prácticamente no cuentan con ningún recurso para protegerse o permanecer con seguridad y bienestar en el seno de sus hogares.