por Carlos Alberto Marú
Existen momentos en la vida en que el pensamiento no puede llevar a palabras lo que quisiera expresar el corazón.
El acto en la Plaza de la Revolución, el retorno de la Caravana de la Libertad con las cenizas de Fidel y el acto de la Plaza Antonio Maceo en Santiago de Cuba me hicieron pensar que ahí estaba Fidel. No me equivoqué, ahí estaba, cuando todos los cubanos gritaban: “YO SOY FIDEL”.
Nos enseñó que no creía en utopías y lo demostró con la materialización de sus sueños que parecían irrealizables. Pero no sólo para él, sino para todos los cubanos y los pobres de la Tierra cuando lograron ver la maravillosa luz del día, aprendieron a leer y a escribir o se salvó la vida de un ser querido.
Tuve la dicha de verlo personalmente a mi regreso de de la gloriosa Misión Internacionalista de Cuba en Angola. No me preguntó por el combate, no me preguntó por el tiempo en prisión. Solamente quería saber del estado de mi salud y de mi familia. Le contesté con monosílabos. Al imponerme la Orden “Julio Antonio Mella” y estrecharme la mano, mi pequeña mano que se perdió entre la de él, pude coordinar una frase: ¡Comandante en Jefe, Ordene!
Fidel nos enseñó no a entregar lo que nos sobra, sino a compartir lo que tenemos. Hoy, con enorme orgullo de cubanos, compartimos a Fidel con los pueblos humildes del mundo porque él se ganó ese lugar en la historia y ellos se lo merecen.
Múltiples expresiones de dolor y sentimientos han sido expresadas por el pueblo de Cuba y por los amigos de todo el mundo. Todas han llegado a mi corazón y lo han hecho vibrar de emociones. Es imposible resumirlas todas en una frase.
Pero hay una que hizo que mis lágrimas brotaran. Una pequeña gigante de La Colmenita tenía en su frente escrita la palabra Fidel. Cuando le preguntaron ¿por qué tenía esa palabra escrita en su frente?, contestó: “porque no puede abrir mi pecho para escribirla en el corazón”. Esa era la frase necesaria para reconocer la inmensa obra de Fidel.
Cuando tenía 16 años fui llamado al Servicio Militar y me enviaron para la cocina. Un día estaba pelando papas, me vio mi jefe y me dijo: “tú no sabes pelar papas”. Me sacó de la cocina y me envió a prepararme como computador de Artillería. Gracias a esa preparación pude participar como combatiente en la Misión Internacionalista en Angola.
Hoy, después de más de 40 años, todavía no se pelar papas y me alegro de ello, porque si algún día, alguien osara atacar a mi país, nunca estaría pelando papas, prefiero estar junto a mi glorioso pueblo cubano, montado en mi caballo, con el yagüarama en la mano y gritando con todas mis fuerzas:
¡CORNETA, TOQUE A DEGÜELLO!