por Arnaldo Musa
Como una gran noticia se acaba de divulgar que la expectativa de vida había bajado por vez primera en Estados Unidos, cuando, en realidad, desde hace 18 años esa tendencia se ha ido manteniendo en una nación tan próspera y que tiene todos los recursos –los propios y los que le quita a otros pueblos- para que ello no sea así.
Lo anterior está fundamentado por un equipo de investigadores de la Universidad de Princeton, liderados por el Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, y la profesora Anne Case. Ellos “descubrieron” que tal problema no se registra en alguna comunidad marginal, de esas tan abandonadas por el establishment, sino que la caída se da en la población blanca de mediana edad (45 a 50 años).
Por supuesto que muchos nos sorprendimos al principio con tal noticia, porque lo verdaderamente contrastante es que ocurra en ese grupo poblacional con los mejores índices de calidad de vida, pero no es así, cuando tal situación es contrarrestada por el aumento de las muertes por el abuso de drogas y alcohol, la obesidad y el suicidio. O sea, la expectativa de vida decrece, y la caída se da en los blancos de edad media de EE.UU., quizá el segmento de gente que a priori parece más favorecida en este mundo. Y no es por cosas que pasan fuera de su control, sino por lo que se hacen a sí mismos.
Y lo que ocurre es que cuando se vive en un mundo enajenado, no existe correlación entre más riqueza y una mayor felicidad, lo cual pudiera explicarse siquiátricamente, cuando razonamos que el exceso de consumo, la vida del sibarita, también lleva a un vacío existencial.
Pero, por supuesto, todo lo anterior no tiene que ver con lo que expresaba el español Pedro Calderón de la Barca en La Vida es Sueño, ni el grupo musical canadiense Crew Cut en Sh…Boom, con igual tema, porque parece “puesto a mano” el tratar de hacernos creer que es una “desgracia” ser ricos, condición que hace que no haya preocupaciones por el seguro de salud, ni los impuestos recargantes, porque a los que más tienen le quitan proporcionalmente mucho menos, para que inviertan más, lo cual hace mermar lo que se destina a los programas sociales, pero no al presupuesto bélico.
Es decir, que tal descenso de la esperanza de vida obedece, según estudios científicos, a las muertes por enfermedades cardiovasculares, diabetes, sobredosis de drogas y accidentes, pero hay otras muchas razones por las que las expectativas de muerte son alimentadas continuamente.
En fin de cuentas han ocurrido 2,7 millones de muertes en el 2015 y las esperanzas de seguir viviendo han bajado a un promedio de 78,3 años –menos que en Cuba, un país bloqueado y con carencias-, y lo cierto que el número de fallecimientos entre los afrodescendientes ha crecido, lo cual no mencionan los estudios anteriores.
Esos científicos se preocupan mucho porque el modo de vida disipado de los opulentos les acorta la existencia, y no porque la venta sin límites de armas eleva drásticamente la violencia en todo el país, ni porque haya tanta miseria, desigualdades e injusticias contra los ciudadanos comunes, lo cual hace crecer dramáticamente la tasa de suicidios, sobre todo entre la gente más joven.
Sobredosis de drogas, accidentes de tránsito, el alcoholismo son cuestiones que competen y suceden a todos, no solo a los opulentos, porque la marginalidad hace que se busquen modos de vida ilícitos, con sus lamentables secuelas. Para esto no hay mucha atención ni estudios, y solo se dice que “las autoridades aún buscan la respuesta”.
Lo anterior, todavía insuficiente y que requeriría mucho espacio, se puede cerrar con el informe del Buró Federal de Investigaciones (FBI), en el que reveló un incremento anual del 10,8% en los asesinatos, toda una muestra de como no es que baje la expectativa de vida, sino que se eleva la de muerte.
(CubaSí)