Por: Guillermo Alvarado
En la desenfrenada y paranoica carrera de varios países por encerrarse en el mundo de hoy hay que agregar a Turquía, que anunció recientemente que ya levantó 290 kilómetros de muro, de los 511 que planifica construir en su extensa frontera con Siria y que tiene el alegado propósito de frenar el contrabando y los cruces ilegales.
Tal y como está la situación es difícil imaginarse que algo pueda entrar de contrabando desde Siria hacia Turquía, por lo que la muralla de tres metros de altura, con alambre espigado y torres de control fuertemente armadas tiene sin duda alguna un objetivo diferente.
Los dos países comparten 911 kilómetros de frontera, lo que significa que más de la mitad de la línea de demarcación quedará sellada por esta barrera que en realidad parece destinada a impedir que refugiados sirios que buscan escapar de la violencia crucen para salvaguardar sus vidas.
La lógica hace suponer que quien levanta un muro lo hace para impedir que algo entre a sus dominios, no para evitar que salga, por lo que los milicianos que engrosan las filas de las agrupaciones extremistas que siembran muerte y desolación en Siria, y que según abundantes denuncias internacionales parten de suelo turco, seguirán utilizando los restante 400 kilómetros que aún permanecerán libres cuando termine esa costosa, inútil y vergonzosa obra, que se agrega a otros desatinos, como el que existe entre Estados Unido y México y que el presidente Donald Trump pretende completar.
Aunque Ankara afirma que persigue a las bandas extremistas, en particular al autodenominado Estado Islámico, hay evidencias de que el petróleo que esta organización roba en Siria toca en algún momento territorio turco en su viaje hacia el mercado negro.
Se sabe también que los terroristas, a pesar de los golpes propinados en Siria e Iraq siguen recibiendo pertrechos y tecnología de avanzada, lo que impide su eliminación definitiva. Las vías por las que les llega esta peligrosa ayuda siguen en el misterio.
Pero, volviendo al muro los que se empecinan en levantar estas barreras deberían darle una buena mirada a la historia de la humanidad para saber que a la larga resultan inútiles, además de muy onerosas.
El famoso muro de Adriano, construido por el emperador romano de ese nombre entre los años 122 y 132 de nuestra era en la isla de Britania, no evitó que los pueblos pictos lo cruzaran numerosa veces antes de que fuera abandonado en 209.
De la misma manera la Muralla China fue incapaz de detener el paso de los mongoles en su marcha arrolladora por toda Asia.
Tampoco el muro que ya existe en extensas zonas de la frontera entre Estados Unidos y México ha detenido las migraciones irregulares, si bien ha costado cientos de muertes de personas que buscan vías más arriesgadas para entrar a lo que consideran el paraíso prohibido.
Construyamos puentes, no muros, es el reclamo de los sectores más sensibles de la humanidad, un llamado que hasta hoy, lamentablemente, ha caído en oídos que no quieren escuchar y ojos que se resisten a mirar.