por Roberto Morejón
Ante el fortalecimiento de la derecha en América Latina, la herencia neoliberal se profundiza con sus consecuencias sociales nefastas.
En Brasil fueron aplazados los gastos sociales por 20 años y en México se aplicaron alzas de los combustibles y agravaron las condiciones laborales de los maestros.
La Argentina de Mauricio Macri subió las tarifas del gas y la electricidad, cortó las conversaciones con educadores en huelga y ordenó diezmar a los que protestan por despidos y bajos salarios.
Perú y Chile no quedan rezagados. El país austral siente la “competencia” de Perú como baluarte del neoliberalismo en América Latina, a pesar de exhibir el triste récord de implantar esa doctrina con sangre, por inspiración del dictador Augusto Pinochet.
Poco cambió en Chile desde entonces en el orden económico, aunque en el social los gobiernos de Sebastián Piñera y Michelle Bachelet afrontaron en las calles crecientes protestas.
Los chilenos desafían bombas de gases lacrimógenos de los carabineros para reclamar el cese del sistema de pensiones privadas y la elitista privatización de la enseñanza.
En Perú son menos visibles las protestas, pero en las zonas rurales los indígenas y otras capas sociales hacen demandas al presidente Pedro Pablo Kuczinski.
Lo instan a redefinir los tratos con los inversionistas en las minas, porque se obvian los graves efectos para el medio ambiente.
Los proyectos de varios de los países referidos, guiados por gobiernos conservadores, apuntalan la neoliberal Alianza del Pacífico, horadan los cimientos del MERCOSUR para absorberla, y pugnan con los bloques solidarios, como el ALBA.
La derecha latinoamericana aprovecha los momentos económicos difíciles de países exportadores de materias primas como el petróleo y los cuestiona.
Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, aunque este último mantiene el alza del Producto Interno Bruto.
Los políticos de vieja data arremeten contra los proyectos progresistas e ignoran los efectos meritorios de sus experiencias macroeconómicas en redistribución de la renta, garantías de derechos sociales y rescate de sectores estratégicos.
Hablamos de aciertos fuera de los libretos de Macri, Temer y Kuczinski, entre otros, quienes tampoco reconocen, y menos imitan, los afanes por la soberanía de los gobiernos en sintonía con el pueblo.
Los adalides del conservadurismo sustentan su fórmula en la defensa de los tratados de libre comercio, en lugar del rechazado ALCA, la atomización de la región y las expropiaciones de activos públicos.
El objetivo, como en Europa, es el desendeudamiento de los Estados, a cambio de la degradación del mercado de trabajo, pobreza y desigualdad.
Contrarrestar esa ola derechista y neoliberal es la tarea de los pueblos.