Los inocentes de Manchester

بقلم: Maite González Martínez
2017-05-24 12:16:36

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Por: Guillermo Alvarado

El odio en su versión más cruel y brutal golpeó en la ciudad británica de Manchester cuando terroristas hicieron estallar un artefacto en el estadio del famoso equipo de fútbol que lleva el nombre de la urbe, provocando hasta el momento 22 muertos y más de 50 heridos, varios de ellos niños y jóvenes, todos inocentes, que habían acudido plácidamente a disfrutar de un concierto.

La acción causó indignación y levantó el clamor de ¿hasta cuándo seguirá esta matanza? ¿Hasta cuándo las potencias occidentales pondrán fin a este fuego que ellas mismas encendieron con sus intervenciones en el norte de África y el Oriente Medio? ¿Hasta cuándo seguirán muriendo inocentes, mientras los culpables permanecen resguardados?

El mundo no era perfecto ni mucho menos, pero a partir del 16 de enero de 1991, cuando el presidente George Bush, el padre, desencadenó la primera guerra del golfo en nombre de la democracia y la libertad según su distorsionada visión, la espiral de la violencia no ha cesado de crecer y engulle todos los días decenas de miles de vidas, dentro y fuera de los campos de batalla. Manchester es uno de los episodios que se comenzaron a escribir aquella noche, cuando los misiles Tomahawk y los aviones F-15E volaron hacia Bagdad.

Desde ese aciago día los generales de los grandes ejércitos occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, olvidaron aquella advertencia de Robert Lee, expresada después de ver la carnicería en la batalla de Fredericksburg, en 1862: “Es bueno que la guerra nos parezca tan terrible, porque, de lo contrario, podríamos tomarle gusto”.   Le tomaron el gusto y esta semana los inocentes de Manchester pagaron por ellos.

Es una pena el dolor que en estos días están sufriendo los habitantes de esa ciudad, que es emblemática en muchos sentidos, no sólo para el Reino Unidos, sino que también para Europa y mucha gente en el resto del mundo que tienen sentido de la historia.

Allí, en 1819 miles de familias marcharon, y fueron brutalmente reprimidas, por exigir más derechos para los ciudadanos comunes; en 1868 se creó una asociación contra el proteccionismo y los privilegios económicos para un pequeño sector de potentados, bajo el novedoso lema de: “Libertad de comercio entre las naciones”.

Lydia Becker organizó en Manchester entre 1867 y 1890 las reuniones para demandar el voto femenino, una lucha que costó numerosas víctimas entre las mujeres. Es también la cuna del famoso automóvil Rolls-Royce, cuando Henry Roice y Charles Rolls se asociaron a inicios del siglo pasado para fabricar el emblemático vehículo.

Nos recuerda el escritor y economista francés Nicolás Bouzou que en la biblioteca de Chetham está la sala donde Carlos Marxs y Federico Engels solían trabajar y de donde salió, entre otras obras, “El Manifiesto Comunista”, cuyas ideas cambiaron el mundo.

Ahora, Manchester anotará en su historia el segundo peor atentado terrorista sufrido en el Reino Unido, después de aquel perpetrado el 7 de julio de 2005 en el metro de Londres, que causó 56 muertos y 700 heridos, todos ellos, con excepción de los cuatro atacantes, también inocentes.

No estamos ante una guerra de civilizaciones, de ideologías ni de religiones. El terrorismo no es cuestión de ideas, es un grave desorden surgido de las apetencias desaforadas de grupos para quienes los niños y los jóvenes de Manchester y del mundo, son descartables en la carrera hacia sus sucios objetivos.  



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