Por: Guillermo Alvarado
Numerosas naciones manifestaron su beneplácito ante el anuncio del gobierno de Irak acerca de la recuperación de la ciudad de Mosul, la segunda en importancia de ese país y ocupada desde hace tres años por la organización terrorista autocalificada como Estado Islámico, que perpetró allí numerosas atrocidades.
Aunque todavía quedan focos de resistencia en la arrasada urbe, ya está prácticamente consumada la mayor derrota sufrida por ese grupo, si bien todavía es pronto para hablar de su total desarticulación.
Para empezar quedan muchas dudas aún sobre el surgimiento del Daesh, su criptónimo en árabe, y cómo fue posible que en breve tiempo adquiriera un enorme poder militar y financiero, así como el dominio de las más modernas tecnologías de comunicación que le permitieron ejercer influencia sobre personas y ganar adeptos en lugares tan disímiles como África, Europa y Asia.
Es impensable que con los actuales mecanismos de control, tanto en entidades internacionales como en las principales potencias, no se haya podido nunca rastrear y cortar el flujo de capitales que lo alimentaron, así como detectar los movimientos de armas de avanzada que no se consiguen en cualquier mercado de manera tan fácil.
Lo que sí es un hecho es que la derrota en Mosul, y la que se anuncia en la ciudad siria de Raqa, representan un importante revés contra esta organización irregular porque si bien no se sabe si perderá sus flujos financieros y de pertrechos, al menos se verá privada de territorios desde donde operar con facilidad.
Esta circunstancia, sin embargo, trae aparejadas numerosas inquietudes, y una de ellas es ¿qué va a pasar con las decenas de miles de efectivos con que cuenta?
Una hipótesis es que pasarán a una especie de clandestinidad y operarán en Iraq, Siria y parte de Libia aprovechando la inestabilidad política y militar que allí reina tras las intervenciones armadas de potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos.
En Iraq, por ejemplo, casi 15 años después de la llamada segunda Guerra del Golfo, aún reina el caos, el gobierno es débil y continúan las hostilidades entre grupos religiosos rivales, es decir chiitas y sunitas, sin descontar las aspiraciones de independencia de los kurdos que, en el ínterin, ocuparon espacios y mejoraron su capacidad militar.
Todo ello es un excelente caldo de cultivo para la difusión de la ideología extremista del Daesh, que proclamó su “califato” en la ahora liberada ciudad de Mosul y buscará la forma de reorganizar su táctica y su estrategia, basadas en el terror.
Otra gran preocupación en muchos países occidentales y africanos es qué ocurrirá si los combatientes del Estado Islámico se desmovilizan y retornan a sus lugares de origen, entrenados en las técnicas del terrorismo que ya han ocasionado graves daños en Francia, Alemania, Bélgica y Reino Unido, por sólo mencionar algunos.
El peligro potencial que esto significa es algo que no meditaron quienes hayan propiciado, por acciones o por omisión, la creación de un monstruo de esta naturaleza que, aún herido, no se sabe si de muerte, mantiene una gran capacidad para perpetrar ataques mortales que, como casi siempre tienen entre sus víctimas a seres humanos inocentes.