Por: Guillermo Alvarado
En estos días en que mucha gente tiene la atención enfocada en el Campeonato Mundial de Atletismo, celebrado en la capital británica, y de donde emergen noticias sobre resultados y récords, hay también otras informaciones que tienen que ver con estadísticas y una de ellas involucra a México, pero tristemente no está vinculada con el deporte sino con el incremento sistemático de la violencia y la muerte.
El primer semestre de 2017 fue uno de los más sangrientos en la hermana nación latinoamericana, que cerró el período con un registro de homicidios de 12 mil 155 casos y de mantenerse ese comportamiento para finales de año la cifra será de 24 mil, la mayor desde que en 1997 se comenzó a llevar registros al respecto.
De acuerdo con los datos oficiales los meses más duros fueron mayo, con 2 mil 191 fallecidos como consecuencia de la violencia, pero aumentó en junio hasta 2 mil 234, que por ahora representa el récord histórico.
Para traducir las estadísticas a datos más gráficos, esto significa que durante junio a cada 20 minutos fue asesinada una persona, una situación muy difícil para un país donde oficialmente no se ha declarado un conflicto armado, pero los resultados en la práctica son como si lo hubiese.
Las causas son múltiples, pero todo parte desde que el gobierno de Felipe Calderón, de 2006 a 2012, aceptó la aplicación del llamado Plan Mérida, una iniciativa de Washington para llevar el combate al narcotráfico fuera de su territorio a cambio de un poco de ayuda económica y militar. Estados Unidos pone las balas, y el pueblo mexicano pone los muertos.
Otra causa de la generalización de la violencia es la elevada tasa de impunidad que existe debido a la inoperancia de los aparatos de investigación y justicia. Apenas el cinco por ciento de los crímenes son objeto de una indagación judicial y el tres por ciento terminan en una condena. Visto de otra perspectiva, 97 de cada cien muertes permanecen sin castigo, lo cual no hace sino estimular a los delincuentes.
Un caso que ha devenido paradigmático de este drama es el de los 43 estudiantes del municipio de Ayotzinapa, de cuya desaparición el mes próximo se cumplirán tres años sin ninguna respuesta por parte de las autoridades.
La impunidad viaja acompañada por la corrupción, que constituye otra razón porque las muertes se hayan multiplicado de esa manera. Recordemos que el crimen organizado, en particular el narcotráfico, tiene un enorme poder económico y una buena parte lo utiliza para comprar voluntades.
Finalmente está la ausencia de una estrategia a fondo para enfrentar el problema. Es verdad que algunos capos fueron capturados o muertos durante enfrentamientos, pero luego no se completó el desmantelamiento de las organizaciones criminales.
Como resultado ha habido conflictos en el interior de las bandas para asumir el control, lo que se traduce en más violencia, pero también ocurre que éstas han diversificado sus acciones, lo que hace más difícil perseguirlas y aniquilarlas.
En 2016 hubo un total de 23 mil 953 homicidios y al paso en que van las cosas, este año habrá más. La espiral asciende ante la impasible mirada de quienes deberían resolver la crisis, que obliga a la población a vivir entre el miedo y la muerte, si es que eso significa vivir. FIN