Juana Carrasco Martín
En la reunión anual de la Heritage Foundation —uno de los tanques pensantes pilares de la corriente más conservadora de Estados Unidos y creado en 1973 para profesionalizar las técnicas de influencia política—, el presidente Donald Trump presentó un mesiánico discurso en el cual Dios es quien le ha regalado a Estados Unidos su “libertad”, sus “valores” y “derechos”.
El resto del mundo supongo que es el reino de Lucifer, pues llegó a decir que su Constitución “es el más grandioso documento político de la historia de la humanidad”. Por algo su lema de America first, y para garantizar tal propósito apuntó: “hemos pasado aumentos históricos en gastos de defensa“. Hubo también aquí entusiastas aplausos…
Escenario y auditorio escucharon su promesa heredada de Ronald Reagan, uno de los presidentes conferencistas preferidos de la Fundación del Patrimonio o de la Herencia: lograr “la paz por la fuerza”, y aludió a algunos de los problemas mundiales y a los Estados que, de hecho, ha considerado enemigos y contra los cuales denigra, amenaza y sanciona a diario.
Tercero en esa lista —tras la República Popular Democrática de Corea y la República Islámica de Irán, y antes de mencionar a la Venezuela Bolivariana— el ignaro en asuntos internacionales y muchos otros más, nombró a Cuba con esta aseveración:
“Yo también he cancelado el acuerdo unilateral de la última administración (se refiere a la presidencia de Barack Obama) con el régimen comunista cubano, y no vamos a levantar las sanciones hasta que las libertades políticas y religiosas no sean restauradas para el pueblo cubano”.
Por supuesto, para imponer esa política en reversa —que reniega de la preferencia de más del 66 por ciento de los estadounidenses de avanzar en las relaciones con Cuba y eliminar las restricciones que impone el bloqueo a sus derechos al libre comercio, a viajar a la Isla y a negociar con un vecino bien cercano— se inventaron una justificación, los “ataques sónicos” junto al Malecón de La Habana, los supuestos daños auditivos que dicen padecen 22 diplomáticos o familiares. Y la fantástica historia ganó titulares en todo el mundo y amedrentó a incautos.
La pregunta se hace necesaria: ¿Dónde está la verdadera sordera? ¿Acaso en los funcionarios estadounidenses que alegan padecer de ese mal y otros síntomas médicos contraídos durante su servicio en la Embajada de EE.UU. en La Habana, o se hacen los sordos sus jefes en Washington que se apresuraron a tomar medidas precipitadas que deterioran las relaciones sin tomar en cuenta las instancias cubanas a colaborar en la investigación de los incidentes, conocer las evidencias y llegar a conclusiones sobre su naturaleza y origen?
A falta de una foto de los funcionarios-pacientes atendidos por sus médicos o de las hojas clínicas que registren los síntomas que les aquejan, me valgo de los cómics de Sonic —un personaje de cuentos británico para niños de tres a seis años—, y de los filmes de James Bond, de donde parecen salir los sugerentes incidentes puestos sobre la mesa por el Departamento de Estado para evidenciar la injustificable retaliación diplomática que pone en crisis las relaciones bilaterales y pretende perjudicar a la economía cubana con la advertencia de que “es peligroso” viajar a la Isla.
A medida que han pasado los capítulos de este culebrón al mejor estilo de las patrañas que alimentaban la Guerra Fría, los términos fueron aumentando el volumen: de “incidentes” se transformaron en “ataques”.
Subían la parada, aunque reconocían que no tenían evidencias.
Un personaje que equivoca el guión
Sin embargo, más recientemente, la primera figura entró otra vez en escena con una versión corregida y aumentada de los acontecimientos para justificar su decisión de retirar funcionarios de su embajada en La Habana y, sobre todo, de expulsar a diplomáticos cubanos de Washington, una medida con cola que provoca molestia a la ciudadanía de ambos lados. La intención sí parece ser evidente: vaciar de contenido las relaciones.
El cantinfleo dominó los parlamentos de los actores de la farsa.
Trump, como un camandulero —diría mi abuela que sin tapujos lo catalogaría de astuto y embustero— se desmandó y enunció un disparatorio más para su récord cuando el lunes 16 de octubre, a la pregunta de un periodista sobre si él cree o no que Cuba es responsable de los “ataques” contra el personal de Estados Unidos, dijo: “Es un ataque muy inusual, como saben, pero creo que Cuba es responsable, sí“.
Tal afirmación categórica e irreflexiva del neófito en lides políticas puso otra vez a su equipo contra la pared, como ha ocurrido en más de un tema en situación de clímax, pues en este caso el Departamento de Estado no ha formulado tal acusación, pues solo esgrime que Cuba debe proteger a los diplomáticos (lo que, por cierto, siempre ha sido política del Gobierno cubano, respetuoso de todos los convenios internacionales al respecto).
El caso es que los periodistas indagaron insistentemente al siguiente día con la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, en el briefing diario con la prensa y la funcionaria tambaleó porque no le quedaba más remedio que desmentir al jefe de la Casa Blanca, pero sin “dañar” su credibilidad, lo que parece una tarea cada vez más difícil:
“Bueno, hemos sido claros al decir que una investigación está en curso. Creo que lo que el Presidente estaba diciendo y también lo que su jefe de staff, el General Kelly, estaba diciendo la semana pasada, es lo mismo que hemos estado diciendo, de que Cuba es responsable de proteger a nuestro personal de la Embajada de los Estados Unidos, a nuestros diplomáticos que están sirviendo en La Habana sobre la base de la Convención de Viena”.
Se reiteraba el cuestionamiento: “Pero con todo respeto, eso no es lo que dijo el Presidente”, a lo que Nauert añadía más cantinfleo:
“Esa fue la intención. No hemos cambiado nuestra opinión al respecto, la administración no ha cambiado su opinión al respecto. La investigación sigue en curso, pero también hemos sido claros al respecto. Y en el Departamento de Estado tendemos a ser, ya sabes, súper, súper, súper, súper precavidos sobre algunas de las cosas que decimos”…
No había tregua para la portavoz en el interrogatorio periodístico: “¿Podría reconocer, sin embargo, que los comentarios del presidente causaron cierta confusión? Quiero decir, de lo contrario, ¿por qué el Departamento sintió que era necesario enviar un cable a todas las embajadas y consulados de todo el mundo titulado ‘Aclarando la postura cubana’, después de que se hicieron los comentarios”…
Nauert: Bueno, todos nosotros, todos …
Pregunta: Y en ese cable dice específicamente que no hemos culpado directamente…
Nauert: Siempre enviamos cables que explican cualquier tipo de cambio en la política de EE.UU. Y entiendo que ese cable estaba previsto. Eso era algo que habíamos planeado, no, no, no, eso era algo que habíamos planeado, trabajando en un cable que saldría por todo el mundo para alertar a la gente sobre algunas de las preocupaciones de salud y áreas y los síntomas que las personas estaban experimentando. OK, chicos, tenemos que dejarlo allí. Gracias. ¿Sí?.
Desmontando una escena mal construida.
Algunos medios internacionales ya ponen en duda los supuestos incidentes. Lo ha hecho la agencia noticiosa Associated Press, también el diario The New York Times que el pasado 5 de octubre, en un extenso reportaje indagaba con científicos de especialidades médicas y tecnológicas vinculadas al tema en cuestión y el título prácticamente lo decía todo: ¿Un “ataque sónico” a diplomáticos en Cuba? Estos científicos lo dudan. Y aseguraba el diario:
“El Departamento de Estado no ha proporcionado detalles sobre las condiciones médicas del personal afectado (…) Expertos en acústica, sin embargo, dicen que es una teoría más apropiada a un filme de James Bond”.
Por su parte, el periódico The Guardian, el 12 de octubre, también cuestionaba la historia estadounidense con expertos en desórdenes sicosomáticos, y así era el titular: Histeria colectiva puede explicar los “ataques sónicos” en Cuba, dicen los principales neurólogos.
Entre esos expertos destacados vale esta opinión de muestra: “Desde un punto de vista objetivo, es más como una histeria masiva que cualquier otra cosa“, dijo Mark Hallett, director de la sección de control del motor humano del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidente Cerebrovascular de EE. UU.
El sainete de Washington puede tener posteriores capítulos. Seguiremos informando.