Por Teyuné Díaz Díaz *
A nivel global el hambre y la subalimentación afectaron a alrededor de 815 millones de personas en 2016 frente a 777 millones en 2015, lo cual evidencia la gravedad de ese flagelo.
Dicho resultado representa un nuevo desafío para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que ahora ve más lejos su meta de un futuro cercano con hambre cero y con menos pobreza extrema, al incorporar 38 millones de personas más que padecen ese mal.
Según un estudio de la FAO, en América Latina y el Caribe hubo un incremento en 2,4 millones de personas que no contaban con la cantidad suficiente de alimentos para vivir, hasta alcanzar la cifra de 42,5 millones en 2016, lo que representa un alza del hambre en 6,6 por ciento de la población regional.
Ante este complejo panorama, resulta significativo que a nivel mundial se pierdan o desperdicien mil 300 millones de toneladas de alimentos; de esa cifra, 127 millones de toneladas corresponden a territorio latinoamericano y caribeño.
Según la FAO, las pérdidas y desperdicios son dos principios diferentes: el primero representa cosecha, distribución y cadena de transporte, y el segundo es el acto de alguien que decida desaprovechar un alimento, aunque esté apto para el consumo humano.
Ambos indicadores tienen un elevado impacto en diversas esferas, pues reducen la disponibilidad local y mundial de alimentos, generan pérdidas de ingresos para los productores y aumentan los precios para los consumidores.
Unido a ello, ocasionan un importante derroche de recursos y energía, y contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Uno de los desafíos más acuciantes que afronta la FAO es precisamente la prevención y la reducción de las pérdidas y desperdicios de alimentos, como un área estratégica para la erradicación del hambre y de la pobreza.
Estudios de la organización muestran que las mayores mermas se aprecian en las frutas y hortalizas, las cuales alcanzan un 55,5 por ciento de las depreciaciones.
Ante un panorama que muestra el creciente aumento del hambre y la subalimentación, una de las metas del organismo de las Naciones Unidas es lograr para 2030 reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita.
Para ello, trazan estrategias como la venta al por menor y a nivel de los consumidores, así como disminuir las pérdidas de alimentos en las cadenas de distribución, incluidas las posteriores a las cosechas.
FRUTAS Y ALIMENTACION SANA
La FAO estima que la seguridad alimentaria y nutricional se entrelaza directamente con las frutas y juegan un papel fundamental desde ambos puntos de vista, pues estas aportan nutrientes y antioxidantes.
Es en esa dirección que el organismo pretende encausarse hacia una fruticultura sostenible.
Una alimentación saludable es decisiva para reducir la malnutrición en todas sus formas, asegura la FAO. Constituye además un elemento clave en aras de reducir las tasas de sobrepeso y obesidad, pues el consumo de frutas tiene múltiples beneficios en la salud por el aporte de vitaminas, minerales, antioxidantes, agua y fibra al ser humano.
Otro de los beneficios de la producción de frutas es su poder para contribuir a la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza rural y al desarrollo sostenible de los países desde tres perspectivas: el fortalecimiento de la agricultura familiar, la adaptación y mitigación al cambio climático, y el combate a la malnutrición, afirma.
El desarrollo de esta actividad muestra un crecimiento a nivel global, pero además, constituye una alternativa de empleo y un medio para aumentar los ingresos de miles de personas vinculadas al desarrollo de las cadenas agroproductivas.
El sector rural es el más favorecido ya que en él se concentra el mayor número de familias en condiciones de vulnerabilidad e inseguridad alimentaria.
Por otra parte, cuando un país invierte en el fortalecimiento del sector frutícola, contribuye al desarrollo de sistemas alimentarios más sostenibles que inciden en el mejoramiento de la vida de la población, principalmente del sector campesino, en la salud y en el desarrollo económico.
Asimismo, se favorece la gestión ambiental pues una fruticultura bien manejada tiene grandes aportaciones y es fuente de biodiversidad. Por ejemplo, los cultivos perennes o de ciclo largo limitan la erosión del suelo, ayudan a mantener los mantos acuíferos y contribuyen a la captura de gases de efecto invernadero.
Por esas razones, se aprecia en el comercio mundial de frutas un significativo incremento en los últimos 10 años. Específicamente en las exportaciones y en las importaciones, del 2005 al 2014 el aumento oscilaba en 8,8 por ciento y 8,2 por ciento respectivamente.
El cultivo de frutales se vincula, en diferentes grados, a los mercados de exportación intrarregionales e internacionales, y cada día adquiere un mayor dinamismo en los mercados internos en los países.
Cuba se suma a las prácticas de una agricultura sostenible y sustentable. Es por ello que recientemente se celebró en La Habana el evento internacional Fruticultura 2017, en el cual se integraron investigadores, productores y comercializadores.
La cita tuvo como sede el Hotel Nacional, estuvo organizada por el Instituto de Investigaciones de Fruticultura Tropical y el Grupo Empresarial Agrícola del Ministerio de Agricultura de Cuba, y participaron unos 370 delegados de países como Brasil, Canadá, Chile, Colombia, México, Estados Unidos, Francia y Reino Unido.
*Periodista de la Redacción Económica de Prensa Latina.