Más cerca de la medianoche nuclear

بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2018-01-29 15:32:36

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Foto:Archivo

Por: Luis Manuel Arce Isaac

Hay relojes muy famosos por su descomunal tamaño, lugares emblemáticos donde están instalados, mecanismos curiosos para su movimiento escenográfico, o porque marcaron puntualmente la hora de hechos históricos y han quedado como reliquias en la retina histórica de la humanidad.

Pero hay un reloj al que nombran metafórico -no tan curioso como el mundial de Berlín con todos los husos horarios, pero que como éste tiene que ver también con todo el planeta- sin las ruedas dentadas típicas que hacen mover sus agujas, libre de cuerda, carente del tic tac clásico y que su marcha hacia adelante no es inexorable pues puede detener el tiempo e incluso hacerlo retroceder.

Al contrario de aquellos famosos como el Big Ben de Londres, el Carrillón del Kremlin, el saudí del Makkak Royal, no está instalado en ninguna gran torre, no es visto por multitudes pendientes de su funcionamiento y de la exactitud de su hora.

Sin embargo, debía ser el de mayor concurrencia, el de más vigilancia, el más reproducido en todas partes del mundo y en los noticiarios de televisión tendría que ser el que abra y cierre las programaciones.

Sus torres ahora inexistentes, deberían ser permanentes y estar en las sedes de eventos internacionales como el recién finalizado Foro de Davos, en organismos mundiales masivos como Naciones Unidas y todas sus oficinas, instituciones de élite como el Fondo Monetario y el Banco Mundial, y militares como la OTAN, o comunitarias como la Unión Europea y Unasur.

Debería ser así porque ese reloj no es tan metafórico como aparenta, ni tan invisible a pesar de su característica intangible, y mucho menos simbólico pues es el único en todo el planeta cuyas agujas giran hacia lo que podría ser el final de nuestro universo.

Los científicos que se encargan de su funcionamiento, en especial de mover sus manecillas hacia el caos o el orden, hacia la paz o la guerra, hacia la eternidad o la desaparición absoluta de las especies, le han nombrado Reloj del Apocalipsis.

Podría recibir otros nombres menos catastróficos, más esperanzadores, pero no hay modo. Al menos, por ahora.

El Reloj del Apocalipsis se creó en 1947, dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial pero ya con las cenizas nucleares de Hiroshima y Nagasaki nublando la bóveda celeste militar y política.

Surgió como una premonición de una carrera armamentista descomunal y una guerra fría eufemísticamente nombrada así para cubrir con un manto de paz inexistente los denominados conflictos de baja intensidad que han provocado desde entonces más muertos, heridos, desaparecidos y desplazados que aquella conflagración.

Desde su surgimiento, el Reloj Apocalíptico cambió en 19 ocasiones durante el auge de la guerra fría, y de los dos minutos que quedaban para la medianoche en 1953 pasó para respiro de todos a los 17 en 1991 con la caída de la Unión Soviética y el campo socialista europeo a los cuales se les achacaba todo lo malo y podrido de entonces para sustentar el eslogan norteamericano “al borde de la guerra nuclear”.

(La “medianoche”, para aclarar su temporalidad, es nuclear, horrorosamente bélica, dramáticamente terminal. Es el fin del tiempo para el ser humano y otras especies de la vida terrenal. Es la hecatombe atómica).

La historia demostró que la justificación del lema “al borde de la guerra nuclear” era una falacia aun cuando sin una Unión Soviética no hubiese existido una contraparte nuclear como muro de contención a una repetición de Hiroshima y Nagasaki en cualquier otro lugar del mundo.

Las semillas de la expansión nuclear y las fuerzas reales que movían las manecillas del temible reloj no estaban en el Kremlin, sino en la Casa Blanca. Los expertos del Boletín de Científicos Atómicos que lo manejan desde hace 70 años, entre ellos 15 premios Nobel, acaban de alertar que movieron el minutero 30 segundos más hacia la debacle de la cual nos separan en estos momentos escasamente dos minutos.

Las razones para el adelanto, corroboraron, se concentran en una sola persona: Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

De acuerdo a los científicos, las declaraciones de Trump sobre las armas nucleares, y el “ensombrecimiento del estado de la seguridad global” han hecho el mundo más incierto.

Rachel Bronson, presidenta del Boletín, expresó: “Es con gran preocupación que establecemos la hora en el Reloj del Apocalipsis de 2018 y hacemos un llamado para que sea posible atrasarlo. A partir de hoy estamos a dos minutos de la medianoche”. Es decir, de la muerte masiva.

“El Boletín nunca antes había decidido adelantar el reloj por las declaraciones de una sola persona, pero cuando esa persona es el nuevo presidente de Estados Unidos, sus palabras importan” dijeron los científicos Lawrence Krauss y David Titley.

Krauss resumió: El peligro de la conflagración nuclear no es la única razón por la que se ha adelantado el reloj. Este peligro se cierne en un momento en que se ha perdido la confianza en las instituciones políticas, en los medios de comunicación, en la ciencia y en los propios hechos lo cual exacerba la dificultad de lidiar con los problemas reales que el mundo enfrenta y que amenazan con socavar la capacidad de los gobiernos para enfrentarlos de manera eficaz.

Dadas las advertencias de los numerosos científicos del mundo que convergen en el Boletín, las alternativas se reducen a impedir que Trump siga siendo la rueda del Reloj Apocalíptico que fuerza y acelera sus manecillas hacia la trágica medianoche nuclear. (Fuente/PL)



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