Por: Guillermo Alvarado
Cerca de 720 mil niños de la comunidad rohingya viven en una situación desesperada por la represión que sufren en Myanmar, conocida en occidente como Birmania, o los desplazamientos forzosos a que se han visto sometidos hacia campamentos precarios e insalubres ubicados en la vecina Bangladesh, donde pasan todo tipo de necesidades.
Los rohingyas son una minoría étnica de religión musulmana que tradicionalmente son víctimas de discriminación y tratos crueles en Myanmar, país donde es mayoritario el budismo, al grado de que a muchos de ellos no se les reconoce la nacionalidad ni se les otorgan documentos de identidad.
A mediados del año pasado el ejército inició una feroz ofensiva contra estos pueblos tomando como pretexto el ataque a una estación de policía. A pesar de la condena internacional, numerosos poblados fueron arrasados por completo y sus habitantes orillados a cruzar la frontera para salvar sus vidas.
En medio de esta situación, la peor parte la llevan los niños, de acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, que por medio de un comunicado precisó que casi tres cuartos de millón de menores están atrapados en medio de un conflicto que no comprenden.
En los campamentos de Bangladesh hay 534 mil niños, muchos de ellos sin familiares adultos, ya sea porque murieron durante la represión o se perdieron en la fuga desesperada a través de ríos, pantanos y selvas.
Otros 185 mil están en sus tierras de origen, en el norte de Myanmar, sin acceso a servicios indispensables de alimentación, atención médica o agua potable. La mayoría vieron arder sus viviendas o cómo sus familiares fueron ejecutados.
Manuel Fontaine, director de los programas de emergencia de Unicef, hizo un llamado urgente a la comunidad internacional para brindar ayuda inmediata a estos menores y exigió al gobierno birmano que ponga fin de la represión contra el pueblo rohingya.
Además, la organización no gubernamental Save The Chindren documentó la situación de unos 400 mil infantes que sobreviven en los campamentos de refugiados de Cox's Bazar, en Bangladesh.
El informe de la entidad, titulado “Infancia Interrumpida” es sobrecogedor y describe cómo el miedo es la constante que acompaña a los niños y niñas en ese lugar.
Tienen miedo de ir al baño, ante la posibilidad de sufrir abusos de los mayores; de los ataques de los animales salvajes que merodean los campamentos; de las bandas de traficantes de personas, que los secuestran para utilizarlos en las redes de explotación sexual y laboral; y hasta de la precariedad de sus chozas, levantadas entre el fango con varillas de bambú y trozos de plástico.
Se trata de un grave caso de violaciones masivas a los derechos de los niños, que transcurre en el silencio de los grandes medios de comunicación, y ante el cual muchas potencias occidentales se limitan a una tímida condena, sin hacer nada efectivo para poner punto final a un drama que debiera avergonzarnos a todos.