Por: Guillermo Alvarado
Luego de algunos años de un discreto avance en el combate a estos flagelos, la pobreza y su condición más extrema, la miseria, vuelven a crecer en América Latina y El Caribe, casi de la mano de la llamada “restauración conservadora” que impone de nuevos modelos neoliberales basados en los privilegios para pocos y la exclusión de las mayorías.
Un informe divulgado recientemente por la Comisión Económica de la ONU para América Latina y el Caribe, la CEPAL, indica que la reversión de estos indicadores comenzó en 2015 hasta alcanzar el año pasado a 187 millones personas en la región.
De esta cifra son 62 millones los que se encuentran en situación de pobreza extrema siendo, como siempre, los niños y las mujeres los sectores más afectados.
Uno de los problemas detrás de la carencia de recursos para satisfacer las necesidades mínimas de las familias es el desempleo y sus formas encubiertas, como la ocupación informal, los contratos a tiempo parcial o con salarios reducidos.
Nuestra área había experimentado un incremento de la inversión pública para atender a los menos favorecidos, hacia quienes se dirigieron programas de acceso a estudios, atención médica, vivienda, transferencias monetarias, aumento de las pensiones para los jubilados y los discapacitados.
Hubo también una notable mejoría en el mercado laboral gracias al uso adecuado de los recursos naturales, que en muchos casos fueron rescatados de manos de corporaciones transnacionales y utilizados para beneficio popular.
Sin embargo, los cambios ocurridos en los últimos años, con la instalación de gobiernos de claro corte neoliberal y conservador, como ocurrió en Argentina, así como en Brasil tras el golpe de Estado contra la presidenta Dilma Rousseff, y la guerra económica a que está sujeta la Venezuela bolivariana han provocado un dramático retroceso, cuyas consecuencias ya se sienten.
Incluso el Banco Mundial, entidad para nada sospechosa de progresista, había advertido en 2016 que cuatro de cada diez hogares en esta región son vulnerables y que para entonces ya el 30,7 por ciento de la población estaba en la pobreza.
Al reparto desigual de la riqueza se suman las bajas perspectivas de la economía, que en promedio apenas está creciendo en uno por ciento en toda la América Latina y El Caribe, insuficiente para generar empleos.
Todo esto indica con claridad que nuestros países serán incapaces como conjunto de alcanzar los objetivos de desarrollo para el 2030, una meta propuesta por los 193 miembros de la Organización de las Naciones Unidas.
Entre ellos figura la reducción de la pobreza, algo que ya vimos que está en pleno retroceso. Pero también están otros anhelos, como eliminar las desigualdades, alcanzar la equidad de género, adoptar modelos responsables de producción y consumo y proteger el medio ambiente para heredarles un futuro a los hijos.
Para algunos pueblos de Centroamérica y El Caribe, e incluso de Sudamérica, esto más parece una historia de ciencia ficción, o solo ficción a secas, habida cuenta de la dura pelea que tienen que dar para sobrevivir, con un horizonte que sólo llega al final del día y donde el mañana sea quizás sólo un azar.