Por: Guillermo Alvarado
Dió la vuelta al mundo la información acerca de la apertura de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, acompañada por la masacre perpetrada por el ejército de Israel contra palestinos desarmados que protestaban por esa decisión de Washington, cuando se coló a duras penas otra noticia, y es que Guatemala también inauguró su sede diplomática en la Ciudad Santa, secundando a la Casa Blanca.
Y muchos se preguntan ¿que hace ese pequeño, empobrecido y desigual país centroamericano siguiéndole con tanta prisa la rima a la potencia imperial?
Una parte lo explican como un acto de abyecta sumisión, como perrito fiel en busca de una palmadita e, incluso, al intento del presidente Jimmy Morales de buscar amparo en su homólogo Donald Trump ante las investigaciones por malos manejos que la Comisión Internacional contra la Impunidad, la CICIG, adelanta en su contra.
Todo eso es verdad, pero hay un trasfondo mucho más antiguo y siniestro en este acto, que podría ser una mascarada tragicómica, si no hubiese decenas de miles de muertos, desaparecidos y torturados de por medio.
En 1948 cuando la ONU, impactada por el holocausto judío perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, tomó la arbitraria medida de partir el territorio palestino para crearle un Estado a los sobrevivientes a esa matanza, el entonces embajador guatemalteco, Jorge García Granados, un hombre decente según todas las evidencias, jugó un papel determinante para conseguir los votos necesarios y llevar adelante la ingrata decisión.
No imaginaba García Granados que había empollado el huevo de la serpiente cuyo colmillo venenoso llegó menos de tres décadas después hasta su propio país.
Durante la guerra interna en Guatemala, entre 1960 y 1996, Israel jugó un papel nefasto. Ya en los años 70 se comenzó a utilizar el armamento sionista que sustituyó al de Estados Unidos cuando el presidente James Carter, asustado por la violencia brutal del ejército guatemalteco contra la población civil, decretó un embargo militar.
El fusil Galil pasó a ser el arma reglamentaria de los soldados guatemaltecos, junto a la ametralladora Uzi, los aviones Arava y Pilatus y el blindado Kuzuco, ensamblado en Guatemala con tecnología israelí.
El sistema de inteligencia del ejército, así como la red de radares y comunicaciones, fueron montados por especialistas de la fuerza armada sionista y todo ello fue clave para perpetrar un genocidio que costó la vida a 250 mil civiles, más del 95 por ciento de ellos indígenas, unos 50 mil desaparecidos, un millón de desplazados y la destrucción total de 450 aldeas junto a sus habitantes, hombres, mujeres y niños.
Cuando terminó la guerra, estudios de la ONU y la iglesia católica concluyeron que más del 90 por ciento de los abusos perpetrados fueron responsabilidad del ejército, que estuvo armado y preparado por Israel. Otro dato para nada despreciable es que el partido político que llevó a Jimmy Morales a la presidencia fue formado por veteranos del ejército guatemalteco, profundamente anticomunistas y fervientes admiradores del Estado sionista. Estos son, amigos, algunos de los lazos de sangre que explican la presencia de una embajada guatemalteca en Jerusalén, una afrenta para los palestinos y para los sobrevivientes de la guerra en Centroamérica.