Por: Guillermo Alvarado
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, informó esta semana que 30 millones de niños y adolescentes en todo el mundo están en condición de refugiados, una buena parte de ellos sin la compañía de un familiar o adulto, un triste registro que no se alcanzaba desde la II Guerra Mundial que devastó a una buena parte del planeta.
La generalización de los conflictos armados internos y regionales, el incremento de la pobreza y todos sus males asociados, el impacto del cambio climático, la violencia y el abandono figuran entre las principales causas de esta enorme movilización en donde, como siempre, los más pequeños sacan la peor parte.
Unicef alertó que en la misma proporción en que crece el número de niños refugiados, decrecen los recursos para atenderlos y brindarles un mínimo de vida digna en los campamentos donde se encuentran.
Más de la mitad de ellos no reciben la instrucción elemental y apenas una cuarta parte acceden al nivel secundario de la enseñanza. Su alimentación es precaria y en ocasiones se basa en la búsqueda de sobras o desechos, carecen de servicios indispensables de higiene y salud y muchas veces son víctimas de las mafias internacionales de trata de menores con fines de explotación sexual o laboral.
Dicho de otra manera, se trata de una inmensa masa de seres humanos que carecen de las condiciones más elementales para crecer y forjarse un futuro donde quiera que se encuentren.
Manuel Fontaine, director de programas de emergencia de Unicef, hizo un llamado a los gobiernos y líderes políticos para redoblar esfuerzos y asegurar los derechos, la seguridad y el bienestar de los más vulnerables del mundo.
El informe detalla que a finales de 2016 había registrados 300 mil menores refugiados sin compañía de personas mayores, ya sea porque viajaron solos, perdieron a sus padres en el trayecto o fueron separados por la fuerza, lo que quintuplica la cifra conocida en el bienio 2010-2011.
Unicef no incluye en el estudio una estimación de los infantes que murieron durante los desplazamientos, tanto en las peligrosas rutas para ingresar al territorio de Estados Unidos, en las cálidas arenas del Oriente Medio y el norte de África, las escarpadas montañas de Afganistán, los humedales de Myanmar, o las aguas del mar Mediterráneo, devenidas tumba colectiva de miles de migrantes.
Lo que está claro es que se trata de un fenómeno global en alza al que no se le puede seguir dando la espalda, porque necesita también de soluciones conjuntas. Ni una agencia o fondo de la ONU, ni un país o pequeño grupo de naciones, pueden dar respuesta a un problema de esta naturaleza, pero lo peor es que la voluntad de muchos gobiernos parece ir en sentido contrario de lo que se necesita.
Así lo demuestran las prácticas irracionales contra los indocumentados en Estados Unidos o la negativa del nuevo gobierno de Italia a recibir barcos cargados de gente hambrienta y medio muerta de sed. En un mundo donde las necesidades se multiplican, la solidaridad decrece, una muestra de cómo anda eso que se ha dado en llamar la condición humana.