Por Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habló 34 minutos ante la Asamblea General de la ONU donde pronunció el discurso que se esperaba de él, caótico, lleno de contradicciones, ególatra y con la reafirmación de que el mundo le importa poco como si de verdad creyese que algún país, incluso una potencia, puede vivir aislado.
En una organización creada para buscar la paz y la concordia en un mundo traumatizado tras la segunda matanza universal de la historia moderna, el jefe de Estado norteamericano se jactó de poseer el ejército más grande y confirmó que empleará más de 70 mil millones en modernizarlo, incluyendo su arsenal nuclear.
Se jactó de abandonar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, de rechazar el Tribunal Penal Internacional que, por cierto, fue una iniciativa estadounidense, de no haberse sumado al Pacto Mundial de Migraciones y de la guerra arancelaria desatada contra China que la cual contraviene los principios elementales de la Organización Mundial del Comercio y del multilateralismo.
Ante la hilaridad de sus oyentes, algo poco habitual en esa solemne asamblea, dijo que en 19 meses hizo más por su país que cualquier gobierno del pasado.
El controvertido magnate agregó una perla más al rosario de sus desatinos cuando afirmó que, y cito textualmente: "Rechazamos la ideología del globalismo, abrazamos la doctrina del patriotismo", con lo que demostró su absoluta ignorancia de cómo funciona el mundo en el que vive, lo que después de la carcajada convoca a la reflexión seria de lo peligroso que es este señor.
La globalización no es una ideología, es una realidad. La sociedad está interconectada para bien o para mal y ahora más que nunca es verdad aquella metáfora de que un estornudo en Asia puede provocar un huracán en el Atlántico.
En cuanto a la “doctrina del patriotismo”, que ya está esbozada en su frase de “América primero” nos lleva a pensar a qué se está refiriendo. ¿Hacer América -del norte por supuesto- grande de nuevo? ¿cómo cuándo? ¿Será como cuando los colonos masacraban a los pueblos indígenas para robarles sus tierras y sus riquezas naturales? ¿O como cuando los supremacistas blancos perseguían, torturaban y asesinaban a los negros, sólo por el color de su piel? ¿O como cuando los grandes empresarios explotaban a los millones de inmigrantes que desde todo el mundo llegaron a Estados Unidos para crear enormes riquezas con su trabajo semiesclavo? ¿O, finalmente, cuando terminada la II Guerra Mundial y sin justificación alguna lanzó dos bombas atómicas sobre Japón con el propósito artero de arrodillar al mundo por medio del terror?
Ese parece ser el país que añora, según se desprende de su discurso en la ONU, donde faltó el respeto a la asamblea con su llegada tardía. Las ínfulas de grandeza imperial de Trump no le alcanzan para comprender aquella sentencia antigua de que la puntualidad, es la cortesía de los reyes.
Dijo que a partir de ahora sólo dará ayuda a quienes lo respeten y sean, francamente, sus amigos. No tenemos idea dónde va a encontrar a quienes hagan ambas cosas, como no sea Israel y algún otro confundido.