África: entre la esperanza y el pesimismo

بقلم: Maite González Martínez
2019-03-05 10:59:52

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Por: Guillermo Alvarado

La Organización de las Naciones Unidas expresó recientemente un moderado optimismo sobre la iniciativa para poner fin en breve a los conflictos armados en África, que causan cientos de miles de víctimas cada año y figuran entre las principales causas de la pobreza endémica que azota a ese continente.

Rosemary Dicarlo, secretaria general adjunta para Asuntos Políticos de la ONU ante el Consejo de Seguridad, aseguró que “un viento de esperanza” sopla en África, donde, dijo, se hacen extraordinarios esfuerzos por acallar las armas y conseguir la estabilidad política y social.

Según Dicarlo desde que hace seis años se hizo la promesa de poner fin a los enfrentamientos armados, se avanzó muchísimo de cara a la meta ubicada en diciembre de 2020, es decir en menos de dos años.

Si bien todo el trabajo que hacen la ONU y la Unión Africana es loable, en un continente que fue prácticamente despedazado por la colonización europea y cuyas huellas se encuentran casi detrás de cada conflicto, la realidad no pareciera justificar todo el entusiasmo de la funcionaria.

En el norte está, por ejemplo, Libia, herida casi de muerte por una intervención militar occidental con el objetivo de poner fin al gobierno de Muamar el Gadafi y que convirtió a lo que antes fue una nación estable y próspera, en un territorio desgajado, a merced de grupos armados cuya reconciliación resulta improbable.

Más al sur está la ancha banda del Sahel, que cruza el continente de este a oeste y enlaza el mundo árabe y el África Subsahariana. Allí perdura, por ejemplo, el conflicto en Mali, donde se enfrentan grupos yihadistas, tuaregs, fuerzas del Estado local, de Francia, la antigua metrópoli, y de la ONU.

Cuando el entonces presidente francés, François Hollande, anunció en 2013 la intervención de sus tropas en esa guerra prometió que sería muy breve y pronto sus soldados estarían de vuelta, pero se cumplirán seis años sin que eso ocurra y, más bien, la violencia se ha extendido a países vecinos, como Burkina Faso y Niger.

Otra arista peligrosa es la presencia de la organización extremista Boko Haram, enquistada en las cercanías del lago Chad y que afecta al país del mismo nombre, además de Nigeria y Camerún.

Persisten las consecuencias de la violencia en Darfour, sede de una crisis humanitaria de gran magnitud, así como en la República Centroafricana.

La situación es compleja, como se puede apreciar en la República Democrática del Congo, azotada, por un lado por un conflicto armado, y por el otro por una epidemia de ébola caracterizada por su elevada letalidad.

Desde que comenzó la plaga hace unos siete meses, han muerto 550 de las 885 personas que contrajeron el virus y varios ataques la semana pasada contra centros de tratamiento no hacen sino aumentar el peligro.

Aunque uno quisiera creer que en dos años estos problemas quedarán resueltos, la verdad es que hay pocas razones para el optimismo, sobre todo porque muchas potencias coloniales europeas no hacen lo que se debe para borrar las huellas de las atrocidades cometidas durante siglos en una de las cunas de la humanidad.



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