Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está ya metido de lleno en la campaña por su reelección en 2020 y retoma sin ningún rubor los temas que le dieron aplausos y muchos votos entre las capas medias de esa sociedad, uno de ellos el supuesto peligro que suponen los migrantes sin documentos que intentan arribar al territorio norteño.
El jefe de la Casa Blanca insiste en que los latinoamericanos que forman el grueso de la migración irregular violan la seguridad nacional y ponen en peligro los puestos de trabajo, cada vez más reducidos, para la población estadounidense.
Esta línea de discurso agresivo le fue efectiva hace cuatro años, como se pudo constatar luego de los comicios, sobre todo en estados que eran tradicional feudo del Partido Demócrata y optaron por cambiar de bando ante las dificultades económicas, laborales y sociales que viven.
Hay que decir que buena parte de ese voto a favor de Trump se mantiene activa, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, entre académicos, intelectuales y políticos, que ven más allá del discurso y miden con objetividad los riesgos que implica la política interna e internacional del presidente.
Pero entre el llamado ciudadano medio norteamericano, todavía muchos sucumben a los cantos de sirena del gobernante y están satisfechos con sus bravuconadas, como la más reciente: cerrar la frontera con México si no cesa el flujo de indocumentados.
Como señala la analista Ana María Aragonés en el diario mexicano La Jornada, la respuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador es que la migración es un problema de Estados Unidos, no de México. Si decenas de miles de personas desean cruzar la frontera norte, eso no es un problema de México. Si acaso es responsabilidad de quienes tratan de hacerlo y de la respuesta que da el país de al lado, que por cierto viola la legalidad internacional con las medidas que adopta.
Lo que corresponde a México, y lo está haciendo el actual gobierno, es garantizar un marco humanitario donde se vele por los derechos y la seguridad de los viajeros, como otorgar visas humanitarias para que hagan su traslado protegidos por un documento, convertir los centros de detención en albergues para dar cobijo y alimentos, con particular atención en los niños, y combatir a los traficantes que abusan y estafan a los indocumentados.
Coincido con Aragonés en que el fenómeno ha desbordado todo lo que se podía prever, sobre todo después de que los migrantes decidieron, más que nada por razones de seguridad, viajar en caravanas.
En todo caso, el problema sigue siendo del gobierno de Donald Trump y no se resuelve con bravatas ni declaraciones altisonantes. La respuesta es generar programas de desarrollo en los países emisores, contribuir a crear un clima de seguridad, de tal manera que la gente decida permanecer en su lugar de origen antes de comenzar un trayecto peligroso y de resultado incierto que, por ahora, solo alimenta la campaña electoral del polémico presidente de Estados Unidos.